Reconocido internacionalmente por el bypass aortocoronario, el cardiocirujano platense también se destacó por su conciencia social y por denunciar las desigualdades de la región. Su biografía como joven entusiasta, médico rural y eminencia consagrada.
Hace 100 años, el 12 de julio de 1923, nacía en La Plata René Favaloro, una de las personalidades argentinas más importantes del siglo XX. Esta semana, en la ciudad de las diagonales se multiplican los homenajes de todos los colores y para todos los gustos: recorridos en bicicleta y colectivos por los sitios emblemáticos en los que transcurrió su vida, la presentación de obras teatrales, ciclos de charlas gratuitas y mesas de debate. Pero el agradecimiento no es solo platense y también se realizan actividades en el Teatro Colón, el Centro Cultural Kirchner y en torno a diversos monumentos distribuidos por el país.
Reconocido internacionalmente por ser el promotor del bypass aortocoronario, Favaloro también se destacó por su conciencia social y su lucidez política. Con una capacidad de comunicación notoria aprovechó los medios masivos para denunciar la desigualdad y la pobreza patente en Argentina y la región. En una entrevista con Mario O’Donnell, señalaba: “El desastre social de Latinoamérica está en todos lados. A mí me duele porque hay una clase que lo tiene todo y el resto ahí abajo, desprotegidos. En la educación está la salida, ¿cómo puede haber democracia sin educación? El hombre, cuanto más libre y educado, más democrático”. Desde aquí, exprimió cada ocasión que tuvo para relacionar la salud de sus pacientes con las condiciones socioeconómicas que afrontaban.
Publicó textos como ¿Conoce usted a San Martín? (1987) y La Memoria de Guayaquil (1991), en homenaje al General (a quien Favaloro dedicó más de 30 años de investigación histórica); De La Pampa a los Estados Unidos (1993) y Don Pedro y la Educación (1994). Fanático de Gimnasia y Esgrima de La Plata y de los ravioles, Favaloro fue un hombre sencillo que, como pocos, comprendió que la mejor manera de enseñar era con el ejemplo. Al momento de su muerte no usaba computadora, se resistía al celular y manejaba el mismo Peugeot 505 desde hacía una década y media.
Favaloro quiso ser doctor desde siempre. De hecho, según solían comentar en su círculo familiar, a los cuatro años tenía decidido ser médico igual que un tío que, de vez en cuando, lo invitaba a pasar por su consultorio. Y para el pequeño la aventura significaba una excursión a lo desconocido, a los guardapolvos, los olores y los instrumentos; a la seriedad y también al cariño. Cursó la primaria en una escuela del barrio “El Mondongo” y siempre que salía de clases, se escapaba al taller de carpintería de su padre para aprender el oficio. Su mamá era modista y, desde bien chico, ambos le inculcaron una conducta de trabajo y sacrificio de la que nunca más se desmarcó. Pero también le regalaron algo: la habilidad con las manos que en cada estocada como cirujano estarían cargadas de precisión y dulzura.
En el colegio Nacional de La Plata tuvo a Ezequiel Martínez Estrada y Pedro Henríquez Ureña como docentes. Tiempo después, y obediente a su destino, ingresó en la Facultad de Ciencias Médicas de la misma ciudad. Parecía haber nacido para la medicina y la medicina parecía esperarlo desde siempre. A pesar de sus ansias, recién en 3° año tuvo su primer encuentro con pacientes en el Hospital Policlínico en donde realizaba sus prácticas. Y era tanta la pasión que el compromiso parecía desbordarlo: a la mañana asistía con docentes y compañeros, y a la tarde lo hacía pero fuera del currículum. En su casa, respondía inmutable “Me siento inquieto”; tenía que ver de primera mano cómo evolucionaban “sus” pacientes. Fiel al modelo paternalista de la época, para Favaloro los pacientes “eran suyos”.
En paralelo, solicitaba participar de intervenciones quirúrgicas realizadas por médicos de trayectoria. Entre libros, conversaciones con profesionales de experiencia y visitas a pacientes, en su cabeza ya sobrevolaba la idea de la cirugía cardiovascular en operaciones de corazón y vasos. Pero todavía era muy joven. A los 26 se graduó y al año siguiente, en 1950, recibió la carta de un tío que solicitaba su presencia en Jacinto Arauz, un pueblo de La Pampa que tenía solamente 3500 habitantes. La población del lugar se había quedado sin su médico y lo necesitaban. El deber llamó por primera vez y Favaloro no dudó en acudir. La experiencia fue muy enriquecedora porque, pronto, consiguió vincularse con las necesidades de la gente, un entorno rural muy diferente al que tenía en La Plata. Supo que los enfermos no solo se definen por las enfermedades que padecen; que primero son personas y que están atravesadas por un contexto y por trayectorias de vida que los definen.
Con la llegada de su hermano, fundaron un centro asistencial que tuvo una perspectiva integral. En 12 años de estadía implementaron medidas y redujeron la mortalidad infantil, así como también pusieron en marcha el primer banco de sangre para donación. Las repercusiones fueron tan importantes que su institución se volvió una referencia para la región: de todas partes llegaban quienes buscaban “atenderse con el doctorcito que escucha a las personas”.
Un sueño que se volvió realidad
Favaloro es reconocido internacional y nacionalmente por el bypass, pero esa técnica solo representa la cima. Para hacer justicia, la biografía de una persona no puede limitarse a su principal éxito.
Después de su estadía en La Pampa retornó a tierras platenses para doctorarse. En la segunda página de su tesis, en el espacio que comúnmente se destina a las dedicatorias, reservó unas líneas para alguien muy especial que siempre recordaba: “A mi abuela Cesárea, que me enseñó a ver la belleza hasta en una pobre rama seca”.
Volvió pero por poco tiempo, pues sentía que precisaba formarse, entrenarse al calor de la última evidencia científica, saber en tiempo real. Con esta premisa se marchó a la Cleveland Clinic, un centro médico y académico de excelencia en Ohio, Estado Unidos, especializado en cirugías. Con un inglés básico, pero con las ganas intactas, durante una década adquirió conocimientos en el campo de las intervenciones cardiovasculares. Así fue que en 1967 tuvo su momento eureka y consiguió, con éxito, combinar sus dos facetas principales: todo lo que sabía de medicina con las ganas de que sus saberes contribuyeran a mejorar la vida de las personas. Desarrolló lo que hoy se conoce como bypass aortocoronario, procedimiento que consiste en utilizar la vena safena en las cirugías de corazón. En criollo: saltear la parte obstruida de las arterias a través de un puente.
Un trabajo que funcionó como punto de inflexión y lo convirtió en leyenda. A partir de allí, realizó más de 13 mil bypass e inauguró un nuevo paradigma vinculado a las afecciones coronarias. En el presente, el mundo realiza millones de operaciones siguiendo los pasos indicados por el médico platense. Como la deuda era con su gente, en 1971 emprendió el retorno y fundó, unos años más tarde, el centro que lleva su nombre.
Formó a miles de residentes y escribió decenas de artículos para divulgar los detalles de sus trabajos a un público general. En 1980 creó el Laboratorio de Investigación Básica y en 1998 la Universidad Favaloro. Acumuló distinciones en todos los países que pisó. Sin embargo, el logro más importante fue otro: no existió un solo hospital en el que Favaloro pudiera caminar tranquilo. En todos los casos, la coreografía era la misma: los pacientes lo interrumpían para darle las gracias y eventualmente abrazarlo. Le decían el “doctor milagro”, pero más bien era el doctor ciencia. O a lo mejor, el doctor humano.