Luis Scola y Sebastián Crismanich estuvieron conectados en Londres 2012 en el momento en el que el capitán argentino declinó ser abanderado en la ceremonia de clausura. Allí, tuvo un gran gesto al permitir que el taekwondista, que acababa de lograr el oro olímpico, fuera quien llevara tal orgullo. La vida lo recompensó a Luifa y lo llevó a vivir esto en la apertura de Río de Janeiro 2016.
En el libro El Abanderado, escrito por Mauricio Codocea, contó que el gran capitán de la Selección Argentina fue clave en la previa a los Juegos Olímpicos para Crismanich, como el mismo deportista recordó: “Cuando entré a la Villa, recuerdo tener una sensación muy fea: me sentí muy disminuido. Fue como entrar al Coliseo romano y verlo lleno de gente, con toda su historia, con todo lo que uno se ilusionó hasta ese momento. Llegar a la Villa fue un baldazo de agua fría; las sensaciones fueron las peores. Era tan grande eso que empezaba a vivir que me aplastó. Fui derecho al alojamiento, no quise ver mucho. Me metí en el edificio de Argentina y me dije que tenía que revertir esa situación. Realmente estaba preocupado por cómo todo eso pudiera afectar mi rendimiento.
“En esos días transité mucho por la Villa sintiéndome chiquito al lado de tantos atletas reconocidos y grosos del mundo, y me maquinaba, así que cuando pasé por al lado de ellos les pregunté con quién iban a jugar y les deseé éxito, nada más. Entonces se me acercó Luis, me abrazó y me preguntó cómo estaba, cómo venía. Quizás sin siquiera saber quién era yo, a qué me dedicaba ni contra quién iba a competir. Charlamos de eso durante no más de unos segundos, pero cuando terminó esa conversación inflé el pecho, levanté la cabeza y sentí que me habían inyectado nitrógeno: era otro Sebastián. Que alguien como él me diera una palabra de aliento, me hiciera saber que no estaba solo… Me cambió. Me cambió por completo”.
Así, un 10 de agosto como hoy, pero de 2012, Sebastián levantó el oro y tuvo la ayuda de un Scola que, queriendo o no, siempre estuvo para apoyarlo.