Cerró La Espiga de Oro: adiós a una panadería histórica de Resistencia tras 93 años

El horno de leña que durante más de nueve décadas encendió las mañanas de generaciones de vecinos finalmente se apagó. El jueves pasado fue el último día de atención al público de La Espiga de Oro, la panadería más emblemática de Resistencia, fundada en 1932 por el panadero alemán Federico Boehringer y su esposa. Su nieta, Diana Boehringer, repasó con emoción el largo recorrido que llevó a este cierre definitivo.

Ubicada inicialmente en la esquina de San Lorenzo y Obligado, en la misma casa donde vivía la familia fundadora, luego se trasladó a avenida San Martín 274, donde permaneció hasta su último día. Desde el comienzo, el horno a leña fue el corazón del local, símbolo de una cocción artesanal que nunca se abandonó. “Fue el alma de la panadería. Solo se apagaba cuando cerrábamos por vacaciones, porque costaba muchísimo recuperar la temperatura”, recordó Diana.

Pan, tradición y comunidad

La Espiga de Oro fue sinónimo de calidad, cercanía y pan bien hecho. Su filosofía fue clara: sin conservantes, con materias primas nobles y una atención humana que construyó vínculos con tres generaciones de clientes. El pan de viena, los anisados, el pan francés, los miñones y los clásicos «borrachitos» de invierno elaborados con vino moscato fueron algunos de los productos más queridos.

“La gente venía por el ritual del pan caliente. Abuelos, padres y nietos compartían esa tradición. Era una panadería de barrio en toda su esencia”, señaló Diana, quien dejó su carrera como arquitecta para seguir el legado familiar.

El cierre: duelo y memoria

La pandemia marcó un antes y un después. “Tuvimos que cerrar un mes porque se infectaron varios empleados, y fue durísimo porque perdimos a uno. Después de eso ya nada fue igual”, confesó. Las ventas comenzaron a caer, la competencia con franquicias fue implacable, y las pérdidas mensuales llegaron a 10 millones de pesos. Aunque muchos clientes seguían fieles, compraban cada vez menos.

El viernes, los diez empleados del local –todos en blanco y algunos con más de 30 años de trabajo– se enteraron del cierre mediante una carta documento. “Esa madrugada los esperé uno por uno para darles la noticia. Fue como un duelo”, relató Diana. Cada trabajador será indemnizado y la última producción de pan fue donada a comedores barriales con la ayuda de la comisión vecinal.

Un legado que cierra con dignidad

A pesar del dolor, Diana asegura que no hubo fracaso: “El negocio no quebró. Cerramos con respeto, con la frente en alto”. Y agregó: “Después de cerrar, me agarró una nostalgia instantánea por no sentir más los ruidos ni el aroma del pan caliente”.

Con ella se cierra la historia de La Espiga de Oro, una panadería que fue más que un negocio: fue un espacio de comunidad, un símbolo de esfuerzo familiar y un rincón de Resistencia que quedará en la memoria colectiva. “Mi abuelo era panadero, mi papá era veterinario pero dejó todo por este lugar, y yo también dejé mi profesión. No fue un sacrificio, fue parte de mi ADN”, concluyó.

Con información de Diario Norte