Gilberto Avalos, es docente e investigador de la UNNE, con título de Doctor en Biología. Fue a la guerra de Malvinas tras abandonar la secundaria en segundo año. “Regresar de la guerra me hizo replantear mi vida. Decidí estudiar y aportar como profesor para una sociedad más justa”. Agrega que “para quienes estuvieron en Malvinas fue muy difícil reinsertarse socialmente”.
Hacia principios de la década de 1980, para Gilberto Avalos, un joven oriundo de San Miguel, Corrientes, las aspiraciones pasaban por seguir en el campo, le gustaba trabajar en el cultivo, en especial manejar tractores, algo que ya sabía hacer desde los 9 años. “En el campo, más allá de la edad, hay que hacer de todo”.
Incluso abandonó la escuela secundaria en segundo año para trabajar. No era su meta irse de San Miguel, su tierra, aunque luego la vida lo llevaría por otros lugares.
La primera vez que Gilberto saldría de su pueblo sería hacia Corrientes Capital para hacerse la revisión requerida para el servicio militar obligatorio, y la segunda para incorporarse. La próxima vez, años más tarde, sería para ingresar a la Universidad.
En medio estaría una guerra que lo marcó a fuego. Si bien en Malvinas el no estuvo asignado al combate armado porque cumplía funciones en el área de comunicaciones, “sabíamos que en cualquier momento podíamos vernos frente al enemigo y tener que luchar”.
Hoy, a 40 años de la guerra, el Dr. Gilberto Avalos, próximo a jubilarse como docente e investigador de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y Agrimensura de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), repasa en especial la experiencia desde después de la guerra, en especial en los primeros años de “invibilización” de los combatientes y veteranos de Malvinas.
“No digas que estuviste en Malvinas, me recomendaron cuando vine a inscribirme en la Facultad. Pero ingresar a la Universidad me posibilitó canalizar mucho de lo vivido en la guerra” recuerda, y agrega “siempre me presenté como veterano”.
Gilberto Avalos dialogó con el Departamento de Comunicación Institucional del Rectorado de la UNNE en el marco del 2 de Abril: Día de los Caídos en Malvinas.
De Corrientes a la guerra
A principios de 1982 Gilberto Avalos, clase 1962, cumplía el servicio militar obligatorio en el Regimiento de Infantería Nº5 de Paso de los Libres. Estaba próximo a salir luego de casi un año y medio dentro de los cuarteles.
Con 19 años recién cumplidos esperaba regresar a su casa, a San Miguel, pues en marzo era el turno de su baja. Pero la baja se hacía esperar, y después del 2 de abril se enteraron que probablemente irían a combatir a Malvinas.
El 11 de abril de 1982 partieron desde Paso de los Libres hacia Comodoro Rivadavia, desde donde cruzaron hacia las islas el 24 de abril. Llegaron en distintas tandas, algunos en helicópteros y otros por vía marítima.
“Nosotros fuimos a Malvinas preparados para todo, para pelear con cualquiera, siempre estábamos preparando las armas. Después nos enteraríamos de la real desproporción de fuerza militar respecto al enemigo inglés” sostiene.
En Malvinas el regimiento estuvo asentado en Puerto Mitre (o Port Howard), a 120 kilómetros de Puerto Argentino.
Por saber manejar, Gilberto en el servicio militar se desempeñaba como chofer, y en Malvinas le asignaron la tarea de manejar el vehículo que trasladaba un radar móvil, donde el monitoreo se hacía en la parte de atrás y la pantalla se ubicaba a 100 metros aproximadamente.
“Yo no debía cumplir tareas de combate, pero mis compañeros sí. Igualmente yo constantemente estaba preparado para combatir”.
Por muchos días, la principal lucha fue el hambre. El grupo de operaciones estaba lejos por momentos de la zona de mayor bombardeo, pero la falta de provisiones los enfrentaba al hambre, sumado al frío, el viento y las frecuentes lluvias.
El regimiento había llegado a las islas con provisiones para algunos días, y los buques y aviones con alimentos e insumos que debían llegar de manera posterior se demoraron por cuestiones logísticas. Incluso uno de barcos con provisiones exclusivas para el grupo fue bombardeado, lo que agudizó el problema.
Ante el escenario de hambre, los superiores debieron hacer un trato con los lugareños para que les provean corderos, casi el único alimento por mucho tiempo, y muchas veces sin la debida cocción por la falta de leña.
Los bombardeos empezarían a recién tras algunas semanas. Si bien no combatieron a cortas distancias, sufrieron fuegos de artillería naval y de ataques aéreos.
El 15 de junio se recibió la orden de cese del fuego por parte de las autoridades militares, y regresaron el 19 de junio a Puerto Madryn.
El después de la guerra
“Los días se me hacían eterno. Pensé que nunca más iba a volver” señala respecto a los recuerdos de la guerra.
Para graficar, comentó que la imagen que le quedó grabada en la memoria tras regresar de Malvinas es la del portón del Regimiento de Infantería 5 de Paso de los Libres. “Nos autorizaron a regresar a nuestras casas y primero empezamos a desfilar hasta la salida, luego empezamos a caminar muy rápido y cuando cruzamos el arco de salida empezamos a correr, no queríamos regresar, teníamos la sensación que nos podían volver a llamar”.
“La guerra es el fruto del fracaso humano. Con la guerra de las personas afloran las heridas que agudizan más aún. Siempre deja maltrecho el alma y trunca la armonía que necesitamos para realizarnos como personas” opina.
“Quienes combatieron demostraron gran valentía, pero la guerra no es destino para nadie”, añade.
Del regimiento regresó a San Miguel. Los primeros momentos fueron de sentimientos encontrados.
“Qué hacer de ahora en más”, fue una pregunta que se hizo por largo tiempo. Entre esas preguntas, estaba si seguir en el campo o buscar otro destino.
Por su creencia se aferró a Dios y a la familia, y con ese respaldo resolvió replantear su vida tras la guerra. La meta ya no era trabajar en el campo, sabía que no le depararía un futuro provisorio por las carencias que caracterizaban a quienes trabajaban en actividades rurales.
Nuevas metas
Así, decidió estudiar, terminar la secundaria y seguir estudios superiores. “No fue fácil la decisión, pero lo hice”.
En lo que quedaba de 1983 rindió materias pendientes del segundo año del secundario y en 1984 retomó las clases. Tenía 22 años y compañeros de 15 años.
Se recibió en 1986, y llegaba el momento de decidir qué seguir estudiando.
Sentía atracción por la psicología y la filosofía, pero debía ir a la ciudad de Rosario para estudiar y no contaba con los recursos.
Su buena relación con compañeros de menor edad le motivó a ser profesor, para ayudar a una mejor sociedad en el trabajo con jóvenes, por lo que decidió estudiar profesorado de Biología, en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y Agrimensura de la UNNE.
Para ello debía ir a vivir a la ciudad de Corrientes, y como sus padres no podían pagarle los estudios, pero era consciente que podía enfrentar las dificultades que se presenten para seguir su vocación.
Mientras hacía el secundario había trabajado en una empresa y ese último año se había comprado una bicicleta y una cama, que serían los únicos elementos con los que llegó a la ciudad de Corrientes para ser universitario.
En la ciudad Capital, un cuñado le ofreció una pieza para vivir y su otra hermana le pagaría una vianda para el mediodía. Más de una vez, por la noche no tenía nada más que un mate cocido sin leche y con arroz del mediodía.
Con poco, su sueño de ser profesor se empezaba a gestar
Por tener bicicleta pudo trabajar en un club de libros, yendo a los domicilios de quienes no devolvían los libros. Le pagaban por cada ejemplar que recuperaba, y así podía seguir estudiando.
Luego se mudó a otro alojamiento con un compañero y trabajaba por las noches en una hamburguesería, lo que le aseguraba la comida y algo de ingreso de dinero.
Nuevamente el saber manejar le sería de utilidad. Durante sus estudios, desde la Cátedra de Artrópodos de la Facultad lo contrataron para manejar la camioneta con la que hacían los viajes de campaña. Además colaboraba en algunas tareas de experimentos con las vinchucas que se realizaban en la cátedra.
Así, empezaría su vinculación con la ciencia. En 1990 fue contratado como bedel, y entre otras tareas ayudaba en las investigaciones. Como estaba mucho tiempo en el laboratorio descubrió que había un grupo de animales que no estaba siendo estudiado en el plano regional: las arañas, que sería a posteriori su área de especialización.
En paralelo a sus estudios universitarios y sus actividades de investigación, Gilberto cumplía tareas docentes en una escuela secundaria en Laguna Brava.
En el año 1996 se recibiría como profesor universitario en Biología, y en el año 2001 obtuvo el título de Licenciado en Zoología.
“Quien pensaría que del tractor pasaría a las aulas y los laboratorios”, resalta.
Desde el año 1997 desarrolló actividades de docencia en distintas cátedras, primero como Ayudante Alumno, luego como Adscripto y Jefe de Trabajos Prácticos.
En el año 2011 recibió el título de doctor en Biología, otra meta lograda.
Actualmente es Profesor Adjunto con dedicación exclusiva de la Cátedra Biología de los Artrópodos, y cuenta con una vasta trayectoria en investigación.
Contacto con ex combatientes
En los años en que llegó a Corrientes Capital para estudiar en la Universidad, empezó a contactarse con una asociación de ex combatientes.
Eran los años 1987/1988, y poco a poco en el país se empezaba a generar una conciencia de reconocimiento hacia los ex combatientes y veteranos, luego de primeros tiempos de cierto rechazo social hacia quienes estuvieron en Malvinas.
Su vínculo con ex conscriptos de Malvinas era para él una ayuda para canalizar los recuerdos, la memoria de lo vivido.
También para conocer los padecimientos de muchos ex combatientes: “La postguerra fue muy dura, son cuantiosos los casos de quienes no lo soportaron. Yo pude apoyarme en mi familia, en Dios, en mis proyectos”.
“Para los ex combatientes fue difícil reinsertarse en la sociedad. Sentir el fracaso por un lado y el fantasma de la victimización que despertaba los complejos y el orgullo de varón tocado. Era difícil salir de esa trampa psicológica, aun creo que lo es” opina el veterano Gilberto Avalos.
Es que ir a una guerra deja huellas imborrables, y más aún en el caso de Malvinas, que fue una guerra tras más de un siglo en el país (Guerra de Triple Alianza en 1865) y además en tiempos (1982) en los cuales las guerras eran cada vez menos frecuentes en el mundo.
En esa línea, destaca que poder haber ingresado a la Universidad, y en especial alcanzar la meta de graduarse, y luego trabajar de lo que le gustaba, así como también haber trabajado en terapias algunos aspectos de su vida, “representó para mí llegar a ser una persona más plena y satisfecha en esta vida”.
Recuerdos vivos
“Hablar de Malvinas actualmente me trae muchos recuerdos y que generalmente no elijo, pero lo hago para que la memoria de quienes murieron y quienes regresaron de la guerra esté siempre en alto”.
Según Gilberto Ávalos, es gratificante observar que la sociedad argentina, y de Corrientes en particular, progresivamente va dándole real dimensión a la valentía de quienes combatieron en Malvinas, tras años iniciales de invisibilización que “calaron muy fuerte en nosotros”.
Para finalizar, insistió en que “una guerra no es buena para nadie, es fruto del fracaso del hombre por la ambición, el poder y la inseguridad, básicamente, de unos pocos. Esperemos que no sigan ocurriendo”.