En plena guerra y con poca información en Argentina de lo que verdaderamente sucedía, dirigentes y jugadores apoyaron la ridícula idea de enfrentar a los dos gigantes allí.
La trágica Guerra de Malvinas, una de las grandes heridas abiertas de la historia argentina, también fue un escenario propicio para las propuestas más insólitas. Una de ellas fue la de jugar allí un Superclásico entre Boca y River en pleno conflicto, del que este martes se cumplen 42 años desde su inicio el 2 de abril de 1982.
El puntapié inicial para la idea se dio luego de un pálido 0-0 entre ambos en La Bombonera, en un Torneo Nacional que se jugaba a pesar del conflicto bélico que ocurría en el sur del país, renombrado como ‘Soberanía Argentina en las Islas Malvinas’. La misma tuvo el apoyo de jugadores, dirigentes y distintos allegados al fútbol local que, tal vez por falta de información real, no tomaban dimensión de lo que impulsaban.
«Para mí sería un orgullo y una satisfacción enorme salir a jugar un clásico en las Islas, pisando un suelo que por tantos años soñamos que fuera nuestro», le expresó Eduardo Saporiti, del Millonario, a la revista Goles en su número 1.739. Su colega Carlos Córdoba, del Xeneize, coincidió: «Nosotros tenemos la verdad y pienso que ése podría ser nuestro mejor aporte».
Los dos jugadores posaron juntos para la tapa y hasta los presidentes aportaron su palabra. «Creo que es un deber patriótico de parte de nosotros, los dirigentes, contribuir en la medida de nuestras posibilidades a todo aquello que sirva para alegrar a nuestros valientes soldados», manifestó Martín Benito Noel, titular de Boca en ese entonces.
«Una forma de prestar servicios al país y a la comunidad consiste en apoyar totalmente la idea de llevarle a los jóvenes argentinos que están ofreciendo sus vidas en defensa de nuestra soberanía la realización de este siempre impactante partido. Todo cuanto está a mi alcance para este fin, habré de realizarlo», apuntó Jorge Kiper, mandamás de River.
Pocos días después, la ridícula campaña quedó tapada por las malas noticias que empezaron a llegar desde Puerto Argentino, encargadas de apagar los aires triunfalistas para darle paso a una tristeza que hoy, más de cuatro décadas después, no cesa.