Diversidad, inclusión y educación

El título de esta columna daría a entender que son tres asuntos, realidades o temáticas diferentes, y a los fines de su estudio o conceptualización, tal vez lo sean. En la realidad es necesario que como sociedad entendamos que en estos términos existe una conexión mucho más profunda de lo que parece.

La “diversidad” se refiere a todas las variantes y posibilidades de expresión, identidad y sentir del ser humano en la cual yacen infinitas posibilidades, algunas hoy visibilizadas, otras no tanto, y es imposible saber lo que el ser humano puede expresar en el devenir de la evolución humana.

La “inclusión” rodeada de teorías de todo tipo y origen como también de tecnicismos a la hora de ensayar un proceso que tenga que ver con este “nuevo” concepto no es más (cuando lo es…) que una práctica de aceptación social de todos los seres humanos… y cuando decimos todos son TODOS, TODAS, TODES y cualquier otra palabra que sirva para decir y repetir que no queda nadie afuera.  No hay más nada que decir, esto es la “DIVERSIDAD” y aquí no sobra nadie. 

Y es el turno de la educación, pública, gratuita y obligatoria, que transita desde hace varios años momentos de grandes desafíos y a la vez de grandes oportunidades. También convive con el riesgo de quedar atrapada en principios y dogmas que resisten al cambio, estos conectados con objetivos solamente economicistas o productivistas que no previeron ese “extraño asunto” de la dicha, la plenitud o simplemente la vida armónica.

La Convención Internacional para los Derechos de las Personas con Discapacidad rubricada por 163 países en el año 2006 en la Organización de Naciones Unidas, casi sin querer vino a confrontar con la educación tradicional, generó un revuelo educativo que aún no termina, y no terminará hasta que el sistema todo se cuestione a si mismo desde sus principios fundamentales. Es que necesitamos hacerlo, porque nada cambia en profundidad si no es desde sus raíces, aquí reside el riesgo de perder la oportunidad que a nivel mundial se presenta.

No podemos desconocer el origen violento de nuestra educación, “la letra con sangre entra”, castigos corporales de todo tipo, tanto en la escuela como en el entorno familiar cuando algún niño no comprendía, por el motivo que fuera la lección del día o al final de año volvía a su casa con una nota de reprobación.

Después nos preguntamos por qué muchos niños y jóvenes detestan ir a la escuela. Es que la violencia ha cambiado de modos y formas, más continúa expresando a través de criterios con sutilezas conceptos que ya no se deberían aplicar en esta realidad.

La inclusión no es compatible con el viejo modelo de enseñanza, no es compatible con el “fast”, lo rápido que nos propuso el modelo competitivo, no es compatible con la vorágine cotidiana, no puede haber inclusión si no hay empatía que nos conduzca a la verdadera comprensión de la persona humana. Ésta empatía necesita ser portada por un ser humano, consciente, tranquilo, si es posible pleno, sin tanta conflictividad interna, de lo contrario simplemente no será empatía.

Concluyendo digo que para una verdadera inclusión social y aún más la educativa, nos resta repensar no solo las prácticas, necesitamos repensar los principios educativos, desafiarlos, debatirlos y argumentar, pero sin cuestionamiento no existirá un real debate de ideas.

El resultado está a la vista de cualquier observador bien intencionado.  Observemos el resultado social, nuestras comunidades, los vínculos humanos y luego podemos preguntarnos: ¿Qué nos ha pasado? ¿Qué podemos hacer para simplemente “ser” humanos?.