“Donde alquilaba no tenían muchas esperanzas de que vuelva; cuando llegué, mi lugar ya estaba ocupado por otro”

A 40 años de Malvinas, la UNNE quiere recordar y homenajear a quienes fueron sus protagonistas y también pasaron por sus aulas. Esta primera de tres entrevistas, cuenta la historia de un chaqueño que a los 19 años fue movilizado al sur, y tras la experiencia de la guerra, volvió a las aulas de la Universidad Nacional del Nordeste para retomar Ingeniería Civil. La vida lo llevó por otros rumbos, y asegura que siempre lamentó no haber terminado la carrera. De nuevo en el Campus Resistencia, cuenta su historia de soldado y alumno.

Hoy sonríe Walter, cuando cuenta esta “anécdota” que grafica de algún modo el retorno de Malvinas y la mirada de una sociedad a la que costó reinsertarse. “La rendición sucedió el 14 de junio, después de estar unos días en el hospital en Campo de Mayo, demoramos como 2 o 3 semanas más en regresar al Regimiento, y ya estamos hablando de julio. Y después de ir a mi casa, volví a ver mi situación de estudiante”, recuerda el regreso de las Islas, tras haber vivido una guerra, con apenas 19 años.

“En el departamento que alquilaba con otros tres chicos, no tenían mucha esperanza de que uno vuelva, porque cuando volví mi lugar ya estaba ocupado por otro. Y fue una sorpresa para ellos volverme a ver”, cuenta.

Este joven oriundo de Las Breñas, había llegado a Resistencia a principios de 1982, para seguir sus estudios universitarios. Pero “lamentablemente tuve un tropiezo, por así decirlo, después del ingreso: me tocó ir a Malvinas”, dice.

Walter ya sabía del mundo de la milicia. De entrenamiento, armas y uniformes. El año anterior había hecho el Servicio Militar que por ese entonces era obligatorio en la Argentina. 

Cumplida esa etapa, había decidido cambiar el traje de soldado por el de estudiante universitario. Con toda la ilusión había llegado a la capital chaqueña para seguir la carrera de Ingeniería Civil. 

“Habíamos comenzado las clases y el 2 de abril, creo que en el aula 10, teníamos una materia que era Análisis Matemático I; y antes de que inicie la clase circulaba un comentario de que se habían tomado Malvinas”, relata con tanta claridad, como si hubiera sido ayer.

“En ese momento fue un poco de sorpresa, alegría”, recuerda. Aunque también se preguntaban qué pasaría con quienes ya habían salido de baja. La única información que tenían era lo que se escuchaba en la radio y se comentaba en los pasillos. 

Con un compañero -que también había hecho el Servicio Militar Obligatorio-, decidieron entonces ir a la seccional policial que “quedaba acá cerca de la UNNE», recuerda, y de algún modo también revive hoy lo que pasó hace 40 años.

“Hablamos con el oficial de guardia y le contamos cuál era nuestra situación, y nos dijo que habían recibido un telegrama, que todos los soldados que habían sido dados de baja se deberían reintegrar a la brevedad. Así sucedió la primera citación que tuvimos», cuenta sentado en el Aula Magna del Campus Resistencia de la UNNE, donde lo convocaron desde la Coordinación Gral. de Comunicación Institucional de la Universidad, para entrevistarlo junto a otros compañeros que también pasaron por las aulas de la universidad. 

Una alegría y un obstáculo

“Enterarnos de que Malvinas volvía a pertenecernos, fue una alegría”, dice Walter. “Pero en nuestra posición pensábamos también que macana, que va a pasar, que vamos a hacer. Porque también era un obstáculo para los estudios”, agrega.

Ese mismo 2 de abril de 1982 viajó a Las Breñas para encontrarse con su madre y su padre, y contarles lo que estaba pasando. «Y ellos sí empezaron a tener temor», asegura y recuerda con tristeza el rostro de su madre, una docente que contaba con la información necesaria como para saber «que Inglaterra no iba a dar nada por entregado». «Entonces nos empezamos a hacer a la idea de que la guerra iba a estar pronto», dice y en su voz se percibe todo lo que vivió después.

Al día siguiente, junto a Pancho (padre) y Paulina (madre), recorrieron en un camión de transporte, los 700 kilómetros que separan la localidad chaqueña de Las Breñas con la ciudad correntina de Paso de los Libres, donde se asentaba el Regimiento de Infantería 5.

“Hicimos ese viaje y después que llegué allá, llegó el telegrama. Y uno se presentaba porque había una obligación de patriotismo, de estar presente en ese momento histórico”, recuerda hoy, cómo ese joven de 19 años vivió el inicio de una guerra histórica de la que fue protagonista.

Libros, no balas

Como todos los jóvenes que hace cuatro décadas tuvieron que ir al sur para intentar recuperar las Islas Malvinas, Walter volvió con el deseo y la idea de retomar su vida. Seguir la carrera de Ingeniería era uno de los propósitos.

Como a otros ex combatientes, en la Facultad le realizaron una propuesta que contemplaba la situación vivida y le permitía continuar con sus estudios. Y también le sugirieron tomarse un descanso, antes de volver a estudiar. Así lo hizo Walter, y a pesar de ya haber hecho el ingreso a la carrera en 1982, recién al año siguiente comenzó a cursar el primer año.

Cursar, estudiar con compañeros, era parte de esa reinserción social que para nada fue lo que esperaban. “Realmente pasamos a ser otras personas después de volver”, asegura.

“Teníamos la mueca de los loquitos de la guerra”, se lo escucha decir, tal y como también dijeron cientos de ex combatientes de Malvinas, en estas cuatro décadas.

Así, por ejemplo, no podían conseguir trabajo. Pero tampoco podían si quiera hablar de lo vivido. “Lamentablemente el resto de la población había recibido el consejo de que no nos hablen de la guerra, que nos hacía daño, y nos fueron marginando de esta forma”, relata.

Pero por el contrario, asegura que hubiese sido de mucha ayuda hablar del tema, participar de charlas, hacer terapia psicológica. “Porque fue un estrés que duró bastante tiempo. A veces uno tiene un accidente, un asalto, y se queda pensando varios días. Tras haber estado 54 días en una guerra, uno tiene muchas más afecciones”, explica.

Hablar de lo que vivieron, compartirlo, “sacarlo de adentro”, ayudaba. Y eso podía hacer en la Facultad. “Mis compañeros me preguntaban, les interesaba que había pasado, y sí me dieron el apoyo que creo, sería una de las bases para que uno se recupere”, asegura Walter. 

“Estar en grupo ayuda. Además había materias que había que trabajar de manera grupal. Y eso sirve para uno sobreponerse”, señala. 

Eso ayudó para que pueda continuar la carrera a pesar de algunas secuelas de la guerra que a veces complicaba un poco los estudios. “Al principio no noté que me haya afectado en algunas capacidades como concentración, pero sí, un poquito uno se desconcentra, empieza a volar”, dice. 

Él no notaba en ese momento, lo que su madre sí. “La persona que me dijo que yo había cambiado, fue mi mamá. Me dijo “no sos el Fredicito de antes, perdiste la chispa que tenía”, cuenta y se quiebra.

La vida en el camino

Walter terminó de cursar. “Me quedaron diez materias para recibirme”, cuenta y se percibe el orgullo. Y también un dejo de tristeza, por haber tenido la meta tan cerca. Es que por cuestiones económicas, debió volverse a Las Breñas, “para no seguir generando a mis padres un gasto de pensión, comida, etc”, cuenta. Allí surgió la posibilidad de un emprendimiento, además “estaba de novio, y mi novia que después fue mi esposa, quedó embarazada”, recuerda ya con el brillo que la vida da a los ojos.

Así pasaron los años, “siempre con la idea de continuar”, asegura este hombre que llegó a retomar los apuntes, “pero nunca volví a dar un exámen”. No al menos en la carrera de Ingeniería de la UNNE. Porque después se recibió de Administrador de Empresas Rurales. Aunque “siempre lamenté no haberme recibido -de ingeniero-”, agrega. “No por la cuestión profesional, o porque no podía tener un mejor trabajo, sino porque fue como una meta que no alcancé, algo que me había propuesto y no lo cumplí”, explica.

Volver a caminar por los pasillos de la Universidad, le trajeron recuerdos. Como por ejemplo lo que sucedió un día “que teníamos un parcial de una materia filtro como le decían a Física 2. Era un parcial que definía si quedabas libre o no, y estábamos en el aula 10 y avisan que había una caja y dijeron que era una bomba, y tuvimos que ir todos a Arquitectura a terminar el parcial”, cuenta.

Pero lo que para algunos fue una broma o un simple recuerdo, para este ex combatiente de la guerra “fue como una vuelta a una situación crítica, porque primero uno cree que es una broma, pero y si no era?”, se pregunta. “Pero fue nada más que eso, una broma de mal gusto, no sé si para pasar el exámen”, agrega ya hoy sonriente.

En Malvinas

En 1982, el Regimiento de Infantería Nº 5 al que Walter pertenecía había sido destinado a la Isla Gran Malvina, más específicamente a Puerto Howard que luego fue bautizado como Puerto Yapeyú. “Nos trasladaban en helicópteros, eran aproximadamente 150 o 200 kilómetros, y ese día no alcanzaron los vuelos a llevar a toda la tropa, y entre los que quedaron estuve yo, quedamos en el aeropuerto”, recuerda.

Allí, se ocupó entonces -junto a otras decenas de compañeros- de descargar los aviones que llegaban con municiones, alimentos y todo aquello que les permitiría abastecer el ejército. “Otra actividad que teníamos era ir al puerto también a descargar los barcos. Uno de día y otro de noche”, agrega en torno a las distintas actividades previas al combate que realizó.

“Estábamos ubicados en la parte oeste de la pista. En el este está el faro San Felipe, y ahí estábamos el día del inicio del ataque inglés, el 1 de mayo a la madrugada, 5.40 creo que fue”, recuerda como si fuera ayer.

Pero “yo no estuve frente a frente a los ingleses, en el tiroteo”, aclara Walter como si el sólo hecho de haber sido movilizado, haber llegado a las islas, o haber estado en las trincheras recibiendo bombardeos enemigos, fueran poco. 

Por eso, como tantos otros soldados de Malvinas lamenta haber vivido la guerra, “pero también es un momento espectacular defender la patria”, agrega de inmediato. “Mis hijos (Stamen y Zhilina), mi esposa Susi (fallecida) y mis padres, Pancho y Paulina (también fallecida) están inmensamente orgullosos de que sea un veterano de guerra”, agrega emocionado.

Incluso, “tuve la suerte de que mis relatos queden plasmados en 2 libros”, dice orgulloso y muestra la foto de la portada del último que se llama «Puerto Yapeyú», fue escrito por el oficial del Ejército Argentino, Mayor Roberto A. Malatesta y que se enfoca en el 90% de las actividades del Regimiento de Infantería N 5 de Paso de los Libres.

“Argentina hace 100 años que no tenía una guerra, un combate, y nosotros tuvimos -entre comillas- la suerte de ser los elegidos para defender el suelo argentino y es un orgullo inmenso haberlo hecho”, concluye Walter Francisco Gincoff, este chaqueño breñense que a los 19 años decidió estudiar en la UNNE, donde hoy vuelve para recordar esa época y la guerra que no eligieron, pero la pelearon en 1982 y los 40 años después.