Cuando suena la alarma en el hospital Jikei, en el sudoeste de Japón, las enfermeras corren por una escalera caracol para recoger lo más rápido posible a los recién nacidos abandonados en el «buzón de bebés» del centro médico, el único existente en el país.
Este hospital católico de Kumamoto, en la isla Kyushu, creó en 2007 este sistema que permite abandonar un bebé de manera anónima y ofrece también otros servicios como un programa de parto sin identificación, único también en Japón.
Estas iniciativas le han valido críticas al centro médico, pero su jefe médico, Takeshi Hasuda, las considera como una red de seguridad vital.
«Hay mujeres que tienen vergüenza y mucho miedo» por el sentimiento de «haber hecho algo horrible» al quedar embarazadas, explica a la AFP.
«Un lugar como el nuestro, que no rechaza a nadie, (…), tiene mucha importancia» para esas jóvenes madres angustiadas.
Cuando escuchan la alarma, las enfermeras intentan llegar en menos de un minuto al «buzón de bebés», decorado con un par de cigüeñas y provisto de una pequeña cama cuidadosamente preparada.
«Si las madres aún están cerca, les proponemos compartir su historia con nosotros», cuenta Saori Taminaga, una empleada del hospital.
El equipo intenta garantizar la salud de las madres, escuchándolas y brindándoles consejos, y las anima a dejar informaciones que permitirán al niño conocer sus orígenes más tarde.
Nadie a quien dirigirse
Los buzones de bebés abandonados han existido en todo el mundo desde hace siglos, y perduran hoy en día por ejemplo en Alemania, Bélgica, Corea del Sur y Estados Unidos.
Su regreso en algunos países europeos a principios de los años 2000 fue criticado por la ONU, que estimó que iba «en contra del derecho del niño a que su o sus progenitores lo conozcan y se ocupen de él».
El hospital Jikei estima, sin embargo, que su buzón de bebés es un medio de prevenir el maltrato infantil en Japón, donde la policía registró 27 abandonos de niños en 2020, y donde 57 niños murieron por malos tratos en 2019.
Según el doctor Hasuda, algunos niños recogidos son «el fruto de la prostitución, la violación o el incesto», y sus madres no tienen a nadie a quien dirigirse.
En total, 161 bebés y niños pequeños fueron dejados en Jikei desde 2007, a veces por personas llegadas desde la otra punta del país.
Pero el sistema continúa teniendo problemas para ser aceptado en Japón, en particular a raíz de una concepción tradicional de la familia, según Chiaki Shirai, profesora en la universidad de Shizuoka y especialista en cuestiones de reproducción y adopción.
El país utiliza un sistema de registro familiar que incluye los nacimientos, decesos y casamientos de una familia a través de generaciones. Este pilar del aparato administrativo moldea también las opiniones sobre la estructura familiar.
Esto «ha anclado en la sociedad japonesa la idea de que alguien que dio a luz a un niño debe criarlo», al punto que los niños son considerados casi «la propiedad» de los padres, explica Shirai.
«Los niños abandonados y cuyo registro indica que no tienen familia son fuertemente estigmatizados», agrega.
Mujeres señaladas con el dedo
A pesar del anonimato que ofrece el sistema, los servicios de protección de la niñez intentan en general encontrar a la familia de los niños abandonados en Jikei. De este modo, cerca del 80% de ellos han descubierto la identidad de su familia, y 20% encontraron a sus padres o familiares.
El hospital propone también un servicio de asistencia telefónica para la maternidad que recibe varios miles de llamados al año, y un programa de parto sin identificación tendiente a evitar nacimientos en casa y sin asistencia.
A pesar de que casi no se ha utilizado hasta el momento (solo dos nacimientos tuvieron lugar de este modo), este sistema tampoco es aprobado de manera unánime y el gobierno, sin declararlo ilegal, no ha querido regularizarlo.
Chiaki Shirai subraya que las mujeres que recurren al buzón de bebés o al parto sin identificación a menudo son criticadas por no haber elegido otras alternativas como el aborto, legal en Japón aunque muy costoso.
La sociedad prefiere culpar a las mujeres y su «motivación» para mostrar empatía con ellas o ayudarlas «es baja, o totalmente inexistente», lamenta el doctor Hasuda.