Es muy difícil de precisar la cantidad de víctimas que han padecido violencia sexual durante su infancia y adolescencia, más aún cuando se trata de varones. Un informe de la OMS indica que alcanza a 1 de cada 5 niñas y a 1 de cada 13 varones.
Los varones son agredidos, al igual que las mujeres y las disidencias, en todos los ámbitos. Es decir, los ofensores sexuales pueden ser miembros de su propia familia, de entornos cercanos como los institucionales, de culto y deportivos. También suelen ser víctimas de los mercaderes de la explotación comercial, pero a diferencia de otras víctimas, parecen no tener derecho a alzar su voz.
Sufren una revictimización al estar obligados al silencio, no solo basado en la extorsión y amenazas de los pederastas, sino también sostenidos en los estereotipos en torno a «lo masculino». Se sienten obligados a callar para no ser segregados.
En ese sentido, hay una doble vara con relación a los crímenes cometidos contra los niños, nacidos varones. Frases como «es varón; se debería haber defendido» y «maricón» son de uso corriente y dejan a los varones culpabilizados y humillados. Esta degradación es dual: a la que los somete el criminal y a las que los obliga la sociedad por sus prejuicios.
En el caso de las infancias y adolescencias LGBTIQ+, las agresiones sexuales también se dan como «forma de disciplinamiento» por sus elecciones identitarias y sexoafectivas. Y, en un alto porcentaje de casos, cuando son expulsados del hogar, quedan atrapados por la necesidad de supervivencia en redes criminales de explotación sexual.
Si a las niñas y adolescentes se les imputa todavía que debieron haber hecho algo para defenderse de la agresión sexual -o pedir ayuda- y además una abrumadora cantidad de veces no se les cree, en los varones esto se potencia y su palabra conforme crecen pierde más y más valor.
Es muy frecuente recibir en la consulta psicológica hombres de mediana edad que develan agresiones sexuales padecidas en la infancia 40 y hasta 50 años después.
Al mismo tiempo hay un tipo de agresiones que se producen en la preadolescencia o adolescencia, cuando son captados por pederastas que los seducen y manipulan para abusarlos, pero los convencen de que se trata de un «vínculo especial». Estas agresiones son más difíciles de colegir porque no participa la fuerza física. Se trata de una estrategia de persuasión basada en la vulnerabilidad, afectiva, financiera y/o social de la víctima.
En Argentina, la red de sobrevivientes de abusos eclesiásticos realizó una pormenorizada investigación llamada «Cuando rompa el silencio» y la presentó como informe anual en 2022. De la información obtenida, concluyen que desde la década de 1970 y hasta 2022, han sido denunciadas unas 148 personas consagradas. Si bien la red no registró estadísticamente el género de las víctimas, Vicente Wollert, encargado de comunicación de la agrupación, afirma que en su mayoría fueron varones.
En un informe publicado hace pocos días, sobre una investigación que comenzó en 2018, realizada sobre la arquidiócesis de Baltimore, Estados Unidos, se registraron 600 historias de niños y adolescentes que fueron abusados sexualmente. En simultáneo, los legisladores del estado de Maryland aprobaron este mes un proyecto de ley para terminar con la prescripción de las demandas civiles relacionadas con abusos. De ser promulgado, habilitaría demandas de carácter retroactivo.
Es similar a la preocupación en Argentina con la imprescriptibilidad penal de estos delitos y la no retroactividad porque las víctimas de violencia sexual hablan cuando y como pueden.
La gran reticencia de muchos hombres y niños a la hora de denunciar la violencia sexual hace que sea muy difícil el registro. En las pocas estadísticas existentes, el número de víctimas masculinas no está representado en todo su alcance.
No obstante, en la última década se ha constatado la existencia de violencia de carácter sexual contra hombres y niños – que incluye la violación, tortura sexual, mutilación de genitales, esclavitud sexual, incesto y violación forzada en 25 conflictos armados de todo el mundo. Si a esto se suma los casos de explotación sexual comercial de los niños desplazados por conflictos violentos, la lista es espeluznante.
Ahora bien ¿Qué pasa con los abusos sexuales intrafamiliares contra los varones? No se encuentran registrados tampoco. A pesar del enorme esfuerzo que han realizado las comisiones de la verdad formadas para investigar el abuso sexual contra niños y el trabajo artesanal de las ONGs para reunir los datos que no producen los Estados, la ausencia de ellos y el silencio sobre los abusos es atronador.
Por ello, es necesario que los varones sobrevivientes estén plenamente representados en las iniciativas internacionales en materia de justicia y que se les incluya en las legislaciones nacionales sobre violencia sexual y en las estadísticas acerca del crimen. Es imprescindible el trabajo en educación sexual integral y en sensibilización de la temática para que también los varones se sientan seguros y acompañados al momento de develar.
*Magister en Violencias contra la Mujer y el Niño (Unesco); presidenta de Aralma, asociación civil que trabaja contra las violencias; y autora de «La niña del campanario», «La niña deshilachada» y «Me gusta como soy», entre otros trabajos.