El papa Francisco consideró que «la pena de muerte no es en absoluto la solución a la violencia que puede sobrevenir a personas inocentes: las ejecuciones, lejos de hacer justicia, alimentan un sentimiento de venganza que se convierte en un veneno peligroso para el cuerpo de nuestras sociedades civilizadas».
El pontífice se expresó al respecto de la pena capital en el prólogo del libro Un cristiano en el corredor de la muerte. Mi compromiso junto a los condenados, de Dale Recinella, un abogado de éxito en Wall Street quien hoy, retirado a los 72 años, acompaña espiritualmente a los condenados en algunas penitenciarías de Florida desde 1998 como capellán laico junto a su esposa Susan.
La publicación cuenta con las palabras iniciales de Francisco, quien destacó la tarea de Recinella. «Se trata de una tarea muy difícil, arriesgada y ardua de llevar a cabo, porque toca el mal en todas sus dimensiones: el mal hecho a las víctimas, y que no puede ser reparado; el mal que experimenta el condenado, sabiéndose destinado a una muerte segura; el mal que, con la práctica de la pena capital, se inculca a la sociedad», ponderó.
«Los estados deberían preocuparse por dar a los presos la oportunidad de cambiar realmente de vida, en lugar de invertir dinero y recursos en reprimirlos, como si fueran seres humanos que ya no merecen vivir y de los que hay que deshacerse», propuso.
«En su novela El idiota, Fiódor Dostoievski resume impecablemente la insostenibilidad lógica y moral de la pena de muerte de la siguiente manera, hablando de un hombre condenado a la pena capital: ‘¡Es una violación del alma humana, nada más! Se dice: «No matarás», y en cambio, porque él ha matado, otros lo matan. No, es algo que no debería existir’. Precisamente el Jubileo debería comprometer a todos los creyentes a pedir con voz inequívoca la abolición de la pena de muerte, una práctica que, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, ‘¡es inadmisible porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona!'», argumentó Francisco.
El Papa remarcó que «incluso el más vil de nuestros pecados no desfigura nuestra identidad a los ojos de Dios: seguimos siendo sus hijos, amados por Él, queridos por Él y considerados preciosos».
El obispo de Roma culminó su texto con un agradecimiento a Recinella, «porque su acción como capellán en el corredor de la muerte es una adhesión tenaz y apasionada a la realidad más íntima del Evangelio de Jesús, que es la misericordia de Dios, su amor gratuito e indefectible por cada persona, incluso por quien ha obrado mal. Y que precisamente desde una mirada de amor, como la de Cristo en la cruz, pueden encontrar un nuevo sentido a su vivir y, también, a su morir».