Durante el festejo de la reelección presidencial en el Campo de Marte el domingo 24 a la noche no se veían rostros felices. Todos estaban ya pendientes de la campaña para la “tercera vuelta”: el 12 y el 19 de junio próximos tienen lugar las elecciones para la nueva Asamblea Nacional y el Senado. Los sondeos ya anuncian la derrota del mandatario, quien entonces debería “cohabitar” con Marine Le Pen o con Jean-Luc Mélenchon, quienes abogan por la salida de la OTAN y la reconstitución de la Unión Europea limitando las facultades de la Comisión y la burocracia europea. Un enfrentamiento duradero entre los palacios del Elíseo y de Matignon sobre las políticas europea y de defensa paralizaría al bloque supranacional y limitaría la capacidad operativa de la alianza atlántica.
El presidente de Francia fue reelecto este domingo en segunda vuelta con el 58,54% de los votos contra 41,46% de Marine Le Pen. Hace cinco años Macron también había derrotado a Le Pen en balotaje, pero entonces el actual mandatario había reunido 66,1% de los sufragios, ocho puntos más que ahora, y la perdedora había conseguido el 31%, diez por ciento menos que esta vez. Al mismo tiempo la abstención, de 28,1%, es la más alta desde 1969. Por edades, un 41% de los electores entre 18 y 24 años se abstuvo, así como el 38% de los 25-34 años, según un sondeo de Ipsos.
Si a estos guarismos se suman los tres millones de votos en blanco, puede verse que la mayoría de los votantes sufragó contra Le Pen, no por Macron.
De hecho, en su mensaje postelectoral el jefe del Estado admitió el descontento que posibilitó la alta abstención y la mejora de la performance de Le Pen y agradeció a quienes lo votaron sólo para impedir el acceso de la extrema derecha al gobierno. “La rabia y los desacuerdos que llevaron a muchos de nuestros compatriotas a votar hoy por la extrema derecha deben encontrar respuesta; será mi responsabilidad y la de los que me rodean”, afirmó Macron. Asimismo agradeció al 41% de votantes de Mélenchon que lo votaron únicamente para “bloquear” el eventual acceso de la ultraderecha al gobierno e incluso a los que se abstuvieron de votar, cuyo “silencio” prometió “responder”. “A partir de ahora ya no soy el candidato de un sector sino el presidente de todos”, subrayó el mandatario, quien anunció un “método renovado” para gobernar en su segundo período, que, aseguró, no será simplemente una “continuidad” del actual.
Le Pen reconoció inmediatamente la derrota, aunque sostuvo que “el resultado representa en sí mismo una brillante victoria” para su sector, ya que “millones de compatriotas apostaron por el cambio”, y se comprometió a actuar como un “contrapoder fuerte”. “Continuaré mi compromiso por Francia y los franceses” y “libraré la gran batalla electoral” en los comicios parlamentarios de junio próximo, porque “el partido no terminó”, agregó la candidata de Reagrupamiento Nacional (RN, en francés).
La Unión Europea (UE) reaccionó sin demora a la continuidad de una política neoliberal y europeísta implícita en el triunfo de Macron: “Podemos contar con Francia cinco años más”, afirmó en Twitter el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel.
Durante su campaña el mandatario reelecto abogó por “más Europa”, ya sea en materia económica, social o de defensa, y por recuperar un impulso reformista y liberal, con su propuesta estrella de retrasar la edad de jubilación de 62 a 65 años, que en 2020 ya provocó protestas masivas. Por el contrario, la candidata derechista tenía un amplio programa social, si bien propuso inscribir la “prioridad nacional” en la Constitución, para excluir a los extranjeros de las ayudas sociales, así como abandonar el mando integrado de la OTAN y reducir las competencias de la UE.
Los comicios mostraron que se consolida tanto la polarización social como la desintegración del modelo político tradicional del país. Macron obtuvo sus mejores resultados entre votantes jubilados y de clase media y alta, mientras que Le Pen gozó de las preferencias de los trabajadores menos calificados, desempleados y precarizados. Los votantes del presidente viven principalmente en las grandes ciudades y en el oeste del país. Los opositores, en tanto, habitan sobre todo el antiguo bastión industrial del norte, en el este, a orillas del Mediterráneo y en los territorios de América Latina y el Caribe (Guayana, Martinica y Guadalupe).
Todo el mundo en Francia se prepara para las elecciones legislativas del 12 y 19 de junio, que son presentadas por la oposición como una «tercera vuelta” susceptible de imponer una “cohabitación”. Así se llama en la jerga política francesa a la coexistencia de un presidente de un partido con un gobierno con su primer ministro surgidos de la oposición. El bloque identitario conducido por Marine Le Pen y el bloque popular liderado por Jean-Luc Mélenchon sueñan con su respectiva victoria y que uno u otro se convierta en primer/a ministro/a. Por lo pronto, las primeras encuestas posteriores a la presidencial sugieren la posibilidad de que en las elecciones legislativas Emmanuel Macron pierda la mayoría parlamentaria.
En un sondeo de Ifop, publicado el mismo domingo el 68% de los votantes se manifestó a favor de que «la oposición tenga la mayoría de los diputados en la Asamblea Nacional e imponga a Emmanuel Macron una cohabitación». La misma encuesta también preguntó a los encuestados, si querían que los partidos salgan de las elecciones «reforzados» o «debilitados». El 39% respondió que le gustaría ver a La Francia Insumisa (LFI, el movimiento liderado por Mélenchon) «reforzada» frente al 29% que preferiría que estuviera «debilitada», una cifra comparable a la del Reagrupamiento Nacional, con un 38% contra el 36%.
”La tercera vuelta empieza esta noche”, dijo Mélenchon el domingo por la noche y recalcó que “Francia rehusó confiarle a Le Pen su porvenir y es una muy buena noticia para el pueblo”. Con todo, continuó, “sería un error creer que esta reelección equivale a continuar con la misma política”. Por lo tanto, el líder de LFI pidió a la izquierda que “no se resignen. Entren en acción francamente, masivamente. La democracia puede darnos de nuevo los medios de cambiar de rumbo”. Esos medios estarían en la elección legislativa. ”Llamo a que me elijan como Primer Ministro”, convocó Mélenchon a sus militantes.
En el mismo sentido se pronunció Marine Le Pen: “Esta noche lanzamos la gran batalla electoral de las legislativas”. Aguerrida pese a la derrota, invitó a formar un “contrapoder fuerte ante Macron”, porque, agregó, “Macron no hará nada para reparar los sufrimientos de los franceses”.
La elección presidencial de 2022 ha devuelto a los franceses la política. Después de 30 años de neoliberalismo, con su despolitización de la vida pública y la mercantilización de todas las relaciones, por primera vez la triple crisis de la pandemia de Covid-19, la crisis económico-social y la guerra en Ucrania ha obligado a los franceses a discutir sobre modelos de sociedad confrontados. Añádase a esto el hábito, de larga data en el hexágono, de tratar los problemas de Francia como si fueran los de la humanidad toda. En este caso hasta puede tener efectos positivos, si induce en el resto del continente una discusión sobre el futuro de Europa.
De cara a las legislativas las tres fuerzas están rascando la olla, para ver de dónde sacar los votos necesarios para constituirse en mayoría relativa. Es preciso tratarlas en plural, porque en la elección venidera cada distrito es un mundo, los candidatos son muy conocidos localmente y las lealtades se reparten mucho más por su prestigio y su trayectoria que por su pertenencia a uno u otro bloque. Esta característica favorece también a las fuerzas con mayor implantación territorial. Más importante aún es la trayectoria de las y los candidatos en la segunda vuelta, cuando deben cerrar alianzas con otras y otros líderes regionales con quienes se conocen desde hace décadas. En esta ocasión los líderes nacionales deben limitarse a hacer apelaciones generales y a articular con los aparatos electorales ya presentes en la diversa geografía de Francia. Por ello es que los tres principales están ya buscando alianzas con los restos de los partidos hundidos en la elección presidencial.
Macron, como es lógico, buscará aliarse con las distintas fuerzas de centro que en la primera vuelta quedaron por debajo del cinco por ciento. Se trata de partidos tradicionales de la Vª República, como Los Republicanos o el Partido Socialista, que mantienen aparatos extendidos por las distintas regiones. Le Pen, por su parte, está forzada a abrevar en la derecha nacionalista, aunque sin dudas buscará robar votos en el campo de la izquierda popular. Mélenchon, finalmente, juega una carta importante a la unidad de la izquierda, que en la primera vuelta se presentó dividida con cuatro candidatos.
Si bien fijar las líneas de la política exterior es una facultad exclusiva del presidente, en caso de que se reeditara la “cohabitación” (la última experiencia tuvo lugar entre 1997 y 2002) el gobierno presionaría al presidente, para que impulse la reforma de la Unión Europea y la salida de Francia del Comando Conjunto de la OTAN. Se trata de dos reivindicaciones muy sentidas por el pueblo francés que tanto RN como LFI incorporaron –con muy distintos fundamentos- a sus plataformas.
Por eso es que el ciclo electoral francés preocupa tanto a los jerarcas de Bruselas y a los líderes de los principales países de Europa. Si en Francia llega al gobierno una fuerza contraria al centralismo burocrático de la UE y al aventurerismo belicista de la OTAN, su influencia se hará sentir en gran parte de Europa. Una onda de soberanía popular y de independencia comienza a recorrer la península occidental de Eurasia.