La flamante vice colombiana se convirtió en activista de causas sociales y ambientales desde los 13 años. Su presencia en la fórmula junto a Gustavo Petro fue clave para el triunfo electoral, al haber ayudado a movilizar a los jóvenes, mujeres y votantes afrodescendientes.
La activista ambiental y feminista Francia Márquez se convirtió este domingo en la primera vicepresidenta negra de Colombia, un país hasta ahora gobernado por élites de hombres blancos, en el que logró superar un racismo estructural con un discurso a favor de la reconciliación nacional y en defensa de «los nadies». Compañera de fórmula del senador y exalcalde de Bogotá Gustavo Petro, juntos se impusieron en un país históricamente dominado por conservadores y liberales, y durante los próximos cuatro años encabezarán el primer gobierno de izquierda de Colombia.
«Dimos un paso muy importante, después de 214 años logramos un gobierno del pueblo, de la gente de las manos callosas, de la gente de a pie, de los nadies y las nadies de Colombia», dijo la lideresa social la noche de su victoria, punto culminante de una vida marcada por la lucha. Nacida en una familia pobre del departamento sudoccidental de Cauca, una región donde los grupos armados imponen su ley financiados por el narcotráfico y la minería ilegal, Márquez se convirtió en activista a los 13 años, cuando la construcción de una represa amenazó a su comunidad.
A los 16 fue madre soltera y se vio obligada a dejar la escuela y trabajar en la minería de oro artesanal a pequeña escala para criar a su hijo, sin dejar de lado la defensa de su tierra. En 2009, junto a otros líderes comunitarios, inició un proceso de lucha para evitar el desalojo de comunidades afrodescendientes luego de que el gobierno entregara a multinacionales títulos de explotación minera en sus territorios.
Al afirmar que se había violado su derecho al consentimiento libre e informado, lograron un año más tarde que la Corte Constitucional reconociera esas tierras como ancestrales y suspendiera las concesiones. Esa victoria judicial, sin embargo, le valió amenazas de grupos paramilitares y Márquez huyó de su casa para instalarse en Cali, donde años más tarde decidió estudiar Derecho, una carrera que costeó trabajando como empleada doméstica.
En 2014 lideró una marcha de 350 kilómetros desde el Cauca hasta Bogotá, en la que participaron unas 130 mujeres para exigir el fin de la minería ilegal en comunidades rurales donde los ríos estaban siendo contaminados con mercurio. Tras ocupar el Ministerio del Interior durante una semana, fueron recibidas por el propio ministro y lograron detener esa explotación a gran escala y obtuvieron el reconocimiento de 27 Consejos Comunitarios del Norte del Cauca como sujetos de reparación colectiva.
Por esa lucha obtuvo en 2015 el Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos en Colombia y en 2018 el Goldman Environmental Prize, considerado el Nobel de los ambientalistas. Pero su activismo casi le costó la vida: en 2019 quisieron matarla en su región en un atentado con granadas y ráfagas de fusil, en el que dos de sus escoltas resultaron heridos.
Su lucha ambiental la catapultó a las portadas de los medios colombianos y le sirvió para impulsar una carrera política. Tras una candidatura infructuosa en las legislativas de 2018, Márquez -que en 2019 entró a la lista de las 100 mujeres más influyentes e inspiradoras en el mundo- decidió lanzar a mediados de 2021 su precandidatura presidencial en las primarias del Pacto Histórico, la alianza progresista integrada también por Petro.
Aunque no logró imponerse, la activista reunió unos 785.000 votos y fue la sorpresa de las consultas interpartidistas de marzo, en las que obtuvo una cifra que sorprendió a buena parte del arco político, al ser la tercera más votada de esa jornada, detrás del exalcalde de Bogotá y del conservador Federico Gutiérrez. Sin el apoyo de las grandes maquinarias políticas, Márquez -quien en 2016 participó como víctima de los diálogos de paz con las FARC- se hizo un lugar en el escenario político gracias al respaldo de aquellos que la consideraban una alternativa real a la vieja política, dominada por las élites blancas.
Días después, tras algunas dudas, Petro la eligió como su compañera de binomio y sumó así peso al enfoque de su campaña en la redistribución de la riqueza y una economía verde, además de aumentar sus posibilidades de triunfo en una carrera presidencial ajustada. Con un discurso feminista, ambientalista y centrado en las comunidades excluidas, Márquez puso en el debate público el racismo, el clasismo y el machismo en la política colombiana.
En consecuencia, fue víctima de la guerra sucia que atravesó la campaña presidencial, con miles de ataques racistas y clasistas en medios y redes, según el Observatorio de Discriminación Racial en la Universidad de los Andes. Pero su presencia fue clave para el triunfo electoral de Petro, al haber haber ayudado a movilizar a los jóvenes que quieren luchar contra el cambio climático y atraer a mujeres y votantes negros. A partir de este domingo, la lideresa social de 40 años es la segunda vicepresidenta en la historia de Colombia, después de Marta Lucía Ramírez, quien ocupó el cargo en los últimos cuatro años, durante el gobierno del flamante exmandatario Iván Duque.