El mejor team de snowboard del país dio cátedra en los fuera de pista y bosques de La Angostura y San Martín de los Andes. La intimidad del trip: aprendizajes, conocimientos, emociones y riesgos extremos de los riders.
“Algunas personas rezan por la victoria.
Algunas rezan por la paz.
Algunas rezan por tiempo extra.
Algunas rezan por una dulce liberación.
Algunas rezan por salud y felicidad.
Otras por riquezas y renombre.
Pero nada de esto importará mucho…
si las aguas no caen…”
La balada Rezando por la lluvia, endulzada por la voz de Don Henley, ubica las cosas en perspectiva, deslizando cómo lo realmente primordial no es en lo primero que pensamos cuando pedimos un deseo. Así en el campo como en la montaña, esta canción podría resumir lo que sintieron miles de personas en el sur argentino durante semanas, porque el agua en la ciudad es la nieve en la montaña y en este invierno tan difícil, generó una preocupación popular, sobre todo en las ciudades -con cerros- que viven del turismo.
Porque si no hay nieve, no hay temporada, y entonces no hay trabajo ni dinero. El clima condiciona hasta los humores, sobre todo en estos tiempos de una pandemia que tanto golpeó.
Cuando ya nadie espera, ni el más conocedor de los locales, la nevada cae. Uno, dos, tres días. Con fuerza. El manto blanco cubre las montañas y las laderas se llenan de gente. Entonces, la tristeza y preocupación dan paso a la motivación y la felicidad..
En San Martín de los Andes, puntualmente en las cabañas de Jorge Belardi, rider histórico del snowboard argentino, hay saltos y gritos. Los celulares filman la nevada detrás del vidrio y la ansiedad invade la intimidad. El team de las marcas Quiksilver, Roxy y DC prepara todo para el otro día subir con todo al cerro. Está Iñaki Odriozola (25), snowboarder de nivel internacional y avezado habitante de la alta montaña.
Los amantes de la nieve felices por la caída de nieve en una temporada que tardó en vestirse de blanco Foto: Julián Lausi
También Fernando Natalucci (39), quien combina la creatividad sobre la tabla y la experiencia de tantos inviernos por el mundo. Y, como en el 2020, se sumó Jenny Somweber (36), hija de padre austríaco que dejó a su esposo e hijo para un nuevo desafío hacia lugares tal vez no desconocidos pero sí impredecibles, como varios rincones de la montaña. Y se suman el fotógrafo Julián Lausi y el filmer Martín Campi como los obreros de lujo del grupo.
“La experiencia fue muy enriquecedora. Todos los miembros del team son muy profesionales y eso hace que todo sea fluido. La buena predisposición y la energía de unión en el grupo se sintió desde nuestro encuentro”, inicia Jenny.
“Disfrutamos mucho el haber podido hacer el viaje pese a todo los obstáculos y compartirlo con un colectivo hermoso de personas. Venía siendo una temporada de poca nieve y pensamos que el tour no se haría. Pero de repente, de un día para el otro, las condiciones se pusieron muy buenas”, comparte Fernando.
“Sí, apareció una tormenta increíble: pasamos de no tener nada de nieve, de estar suplicando al cielo que nos regale unos copos, a estar cubiertos y ver cómo nos podríamos trasladar. Así de mágico resultó el cambio”, agrega Somweber.
El Cerro Chapelco tuvo a los riders profesionales y se mueven en los fuera de pista. Donde terminan los medios de elevación, ellos siguen subiendo. El famoso backcountry, el patio de atrás de la montaña. Pero, como siempre, “la Naturaleza dicta su ritmo y nosotros somos simples espectadores. Se aprovecha sólo cuando el clima lo permite”.
Los primeros días, mientras la nieve caía incesantemente en San Martín, el team aprovechó el bosque y algunos obstáculos de street, como barandas y rampas, para hacer maniobras y trucos divertidos. Y cuando el manto blanco se había formado, ya en La Angostura, el equipo decidió jugarse y subir hasta el Cerro Inacayal, buscando una bajada en nieve virgen.
“Por unos segundos sentimos la frustración, pero enseguida entendimos que la montaña es así de cambiante y rápidamente hay que adaptarse a lo que propone”, reconoce Jenny.
“Yo, en esas condiciones, siempre y cuando sepa que estoy en lugar seguro, tengo un plan y cuento con todos los elementos de seguridad (sonda, pala y arva), me siento seguro. Es más, a veces me gusta, me motiva que la montaña me pegue un poco”, admite Natalucci, quien es capaz de subir 2000 metros, con nieve onda, en una hora cuando a un mortal le llevaría el triple de tiempo.
“Siguiendo los pasos de subida hacia abajo no sentí miedo ni inseguridad ya que varias veces pasa en la montaña: de pronto no se ve nada y hay que mantener la calma y seguir la intuición para bajar de la mejor forma”, cuenta Somweber.
El fuera de pista no es para cualquiera. Hay que conocer el terreno, dónde vas a dar tu próximo paso porque un accidente o una avalancha puede hacerte perder la vida a apenas metros del último puesto de control. “Es como leer un Brayle, sobre todo luego de una primera gran nevada. Tenés que ver cómo sopló el viento la noche anterior, dónde la nieve quedó acartonada o se cortó una placa por un cambio de temperatura, porque debajo de la nieve pueda haber una piedra o un tronco. Ellos los ubican, mientras vos sólo ves un manto blanco. Ellos son bichos de montaña, esos lugares no son para un amateur”, cuenta Juan Cruz Lanzinetti, director de logística de la misión.
Cerro Chapelco, el lugar elegido para la travesía en la nieve Foto: Julián Lausi
“Hay que saber leer la montaña y tomar las mejores decisiones, sobre todo tras una nevada así. El panorama es tentador, pero a veces el fuera de pista no es la mejor opción, porque la nieve polvo está, pero sin una base sólida”, explica Natalucci.
“A la montaña abierta no salís con cualquiera. Porque tu vida puede estar en manos de ellos, o al revés. Así se forma un vínculo fuerte y genuino. Una comunidad”, agrega Lausi, el fotógrafo. “El espíritu de solidaridad es grande. Comparten conocimientos, te cuentan cosas y ayudan, siempre”, cierra Lanzinetti.
Cada uno a su manera. Siendo profesionales pero con espíritu amateur.