Dejaba todo en la cancha para “suplir” lo que no podía hacer y otros sí. Un asalto en su casa y tres balazos en su pierna lo shockearon y hasta lo visitó Maradona. Jugó en el Lanús de los cracks y en el Platense de Marchetta. Dirige a Chaco For Ever y sueña con llegar a Primera.
Daniel El Chango Cravero tiene la tranquilidad de un tipo de pueblo. Este rafaelino de 57 años que fue un nombre clásico del fútbol argentino de los 90 transita su vida aferrándose al sueño de ascender a Primera como técnico de Chaco For Ever.
La familia Cravero se instaló en Chaco cuando Daniel tenía dos años. Su papá, Lidio, encontró en Resistencia el lugar ideal para sacarle provecho a su oficio de camionero, pero nunca pensó que su hijo terminaría formando parte de la historia de Chaco For Ever, primero como jugador y luego como técnico.
El Chango recuerda que “estaba haciendo la colimba, como recién había terminado la guerra de Malvinas el ejército no tenía una moneda. No teníamos nada. Yo había dejado de entrenarme en For Ever, pero como las inferiores del club practicaban en el predio del ejército, mis ex compañeros me motivaron para volver. Cuando decidí volver no paré hasta jugar en Primera”.
Daniel Cravero está casado con Cristina y son padres de Cristian, Brian, Melany y Candela. Es un símbolo deportivo de la provincia, porque formó parte del equipo que ascendió a primera con For Ever en 1989, con aquel gol de penal de Felipe Di Marco a Lanús. “Teníamos un equipo que hacía rato quería subir. La calidad se la daban el Chato Rosas y Luis Sosa”, recuerda Cravero ese gran logro de poder estar en el fútbol grande.
Con Chaco For Ever no se pudo mantener mucho tiempo en Primera. “Nos costó mucho. A pesar de que la dirigencia trajo jugadores de experiencia como Carlos Macat, Richard Tavares, Hugo Noremberg y Dario Blasón”, reconoce.
A pesar del descenso, se pudo mantener jugando porque Pedro Marchetta lo convocó para jugar en Platense. “Marchetta hizo las relaciones entre los dirigentes para que Platense me termine comprando a For Ever. Pedro me conocía porqué dirigió a Los Andes en el nacional B”.
Este hermoso camino en la máxima categoría le permitió ser compañero de Claudio Borghi y de enfrentar a grandes jugadores donde destaca al Negro Omar Palma. “El Negro fue un fenómeno. Rindió como 10 y también cuando pasó a jugar de cinco. De los mejores a los que me enfrenté. También tuve en contra a Marangoni y Marcico, dos jugadorazos”.
El Chango Cravero logró cautivar a Héctor Cúper, quien lo llevó a Lanús. “Era muy exigente. El día que nos tocó jugar contra Boca nos dijo que “el que se saca una foto con Maradona, no juega más en Lanús”. En ese partido a Diego lo levanté por el aire”.
Pero su historia está llena de historias. Algunas que terminaron en la tapa de la revista futbolera del momento y otras que marcaron su vida, como el día que se despertó con un arma en la cabeza cuando habían entrado a robar en su casa.
¿Chango, como te recuerdan?
-No por algo que pasó en una cancha (risas). Con mi familia sufrimos un asalto. A mí me pegaron tres tiros. Uno impactó cerca de la tibia, otro en la rodilla y el último en el muslo. Me hicieron una placa y gracias a Dios me quedó una sola bala en la rodilla que me la terminó sacando el doctor Donato Villani, a quien le mando un abrazo grande. A los 20 días ya estaba entrenando hasta que llegó el primer partido que jugamos contra Huracán y logré estar en ese partido. Siempre recordaré el afecto de la gente de Lanús que se acercaron hasta mi casa.
El entonces jugador de Lanús Daniel Cravero, es llevado por paramédicos a una ambulancia en Buenos Aires, el viernes 12 de enero de 1999, tras recibir tres disparos en la pierna por parte de un ladrón que irrumpió en su casa (AP Photo/DYN, Liliana Servente).
¿Te costó sobreponerte?
-Muchísimo. Nos agarró pánico cuando supimos que el delincuente vivía en el barrio. No podíamos salir a la calle. Esa madrugada fue terrible. Habíamos construido dos dúplex con mi excompañero Felipe Bellini. Una mañana me despierta un tipo con una pistola en la mano apuntándonos a mi señora y a mí. Me levanté y mientras me apuntaba en la cabeza me pedía plata. Estaba muy drogado. Le doy una plata que estaba arriba de la heladera, de un alquiler que había cobrado y luego la hizo arrodillar a mi señora y le pidió el reloj. Dentro mío, yo dije: “Este me mata”.
Y ahí reaccionaste…
-Todos te dicen que no tenés que reaccionar. Pero le manoteé el arma y empezaron los tiros para todos lados. Encima sacó otro arma, pero al gatillar no salió ninguna bala. De tanto griterío Felipe Bellini, que era mi vecino, abrió la puerta de casa y cuando el delincuente lo vio, salió corriendo. Felipe lo corrió hasta General Paz, que estaba a dos cuadras de casa, pero el tipo entre los autos se pudo escapar.
¿Te sorprendió tener a la hinchada de Lanús en la puerta de tu casa?
-Eso fue grandioso. Tener a la hinchada de tu equipo en la puerta de tu casa. Tenías que ver a los colectivos llenos de gente. Eso fue espectacular. También la preocupación de los dirigentes que se movilizaron rápido ante la terrible situación.
¿Qué más recordás?
-Tengo una anécdota. Mi suegra desde Resistencia iba siempre a Paraguay. Compraba ropa y luego la vendía. Y esa mañana en el micro dieron la información de que habían baleado a un jugador de fútbol. Por suerte el que dio la información no había dicho de que jugador se trataba.
¿El asalto tuvo mucha difusión?
-Sí, esa misma mañana estaba en mi casa. Sobre las 11 escuché la voz de Pedro Marchetta y cuando me vio empezó a sonreír y me dije ‘Changuito, ahora vas a trabar y van a salir balas para todos lados’. Me moría de risa. También me vino a visitar Maradona. Vino con Guillermo Cóppola. Estaban recién llegados de Napoli. Mi mujer me lo había adelantado pero yo no le di importancia porque lo veía difícil. Y de repente escucho que se abre el portón y el tipo entró a mi casa. Pensá que a mí no me conocía. Lo había enfrentado dos veces. De mirarlo por televisión a tenerlo en mi casa fue imponente. Maradona a pesar de sus cosas, estaba en todo.
¿Se tuvieron que mudar?
-Sí. Teníamos guardia permanente en la puerta de casa. Eso fue a lo largo de cuatro meses. Pero vivir así era muy complicado. No estábamos acostumbrados. Uno de mis hijos se hacía pis encima del miedo que tenía. A pesar del esfuerzo de cuatro años que hicimos para construir nuestra casa, no nos quedó otra que irnos. La prioridad era que la familia estuviera bien.
¿El futbolero te tiene presente?
-Siempre digo lo mismo: yo fui un jugador mediocre. Pero di todo en cada partido, no me guardaba nada. A lo mejor estaba dos días sin poder caminar, pero como sabía que no me sobraba nada, tenía que dejar todo. Yo veía jugadores en mi puesto que eran buenísimos, y me preguntaba ‘¿cómo no juega este pibe y juego yo?. Lo mío era sacrificio, lucha, correr y meter.
¿Era fija que David Trezeguet iba a tener una carrera notable?
-Era un palito. Nosotros llegábamos con la primera de Platense a la cancha y preguntábamos cómo iba la tercera. Nos decían que ganaba 3 a 0 con dos goles de Trezeguet. Así eran todos los partidos. Alcanzó a entrenar varias semanas con nosotros, luego yo me fui, pero hizo una carrera impensada.
¿Qué hacía Trezeguet en la prácticas?
-Era goleador, la que le quedaba te la mandaba a guardar. Era recontra callado, Yo pude conocer a su papá Jorge, que también jugó al fútbol. Su papá fue vital para llevarlo a jugar a Francia.
A Chacho Coudet lo conocés de chico, ¿cómo era de pibe?
-Nunca hubiera pensado que Coudet iba a ser técnico. Una tarde Luis Blanco estaba dando una charla técnica y le dice ‘Chacho, por momento vas a ser marcador de punta, por momentos volante y cuando atacamos vas a hacer un siete’. Se hizo silencio y Coudet le respondió: “Entonces vos me querés decir que voy a jugar de 487…” No sabés como nos empezamos a reír. Era un loco hermoso. Verlo dirigir en España me da una gran alegría.
¿Cómo recordás tu gol a Boca?
-Estábamos perdiendo con Platense 2 a 1. El Mono Navarro Montoya rechazó un corner y me quedó a mí al borde del área. Enganché para la izquierda y la clavé en el ángulo. Terminamos empatando y por suerte ese día Cúper fue a ver el partido y me terminó llevando a Lanús.
¿Era bravo pelear el descenso?
-Sí, pero teníamos muy buenos jugadores. Dalla Libera, Scotto, Espina. Terminamos peleando un campeonato. Íbamos a Rosario o a Córdoba y rompíamos una racha de veinte años sin poder ganar.
¿Cómo era un día con Pedro Marchetta?
-Si te quería, era un fenómeno. Si le rendías en la cancha, en la semana te daba ciertas licencias. En las charlas te agrandaba. Te agarraba del hombro y te motivaba. En el buen sentido fue un jodón dentro del fútbol. Buscaba que el grupo estuviera unido. Cuando mi mujer estaba a días de tener familia, me prestó el auto porque yo no tenía.
¿Raúl Cascini tiene pinta de canchero o es canchero?
-En Lanús me preguntaban si Cascini era agrandado. Y yo les decía que es un tipo bárbaro. Cascini, Scotto y Bellini me ayudaron a conocer Buenos Aires. Yo no sabía para donde ir. A lo mejor Cascini tiene modos que te chocan, pero no lo hace con maldad.
Pasaste del estilo Marchetta a la estructura de Cúper, ¿el agua y el aceite?
-Cúper era totalmente diferente a Marchetta. Era trabajador, serio y no había lugar para las bromas. Con Cúper incluso los dos días previos al partido se trabajaba con intensidad, algo a lo que los grandes no estábamos acostumbrados. No te dejaba pasar una. Fue una gran persona con todos nosotros. Fue derecho y aprendí muchas cosas con él.
¿Ibagaza y Coyette eran el plus que tenían?
-Cuando me viene a comprar Lanús, su gerente me dijo ‘te queremos para salir campeón’. Y a mí me hacía ruido porque el cinco titular de Lanús era Fernando El Conde Galetto, que me encantaba cómo jugaba. Yo corría, me tiraba al piso y Galetto jugaba paradito y distribuía el juega con mucha clase. No me entraba en la cabeza para qué me compraron. Y ahí estaban esos pibes, Ibagaza y Coyette, que jugaban en la Selección de Pekerman. El Caño Ibagaza nos hacía jugar a todos y Coyette alternaba porque justo había llegado Hugo Morales, de Huracán. Era un lujo estar todos los días jugando con ellos. Un equipazo. Ganamos la Conmebol y peleamos muchos campeonatos.
¿Qué significó ser compañero de Oscar Ruggeri en su última etapa de jugador?
-Los últimos seis meses de Ruggeri fueron en Lanús. A veces concentraba con él. El primer partido de Ruggeri en Lanús fue dirigido por Ángel Sánchez. Nosotros estábamos acostumbrados a hablarle a los árbitros con respeto, nunca una palabra de más. Cuando el árbitro sancionó dos faltas seguidas de nosotros, el Cabezón lo empezó a “reputear” de arriba a abajo. Nosotros le decíamos que afloje porque lo iban a expulsar. Y nos respondía ‘pero qué me va a echar’. Ahí te dabas cuenta de la jerarquía de un tipo con tanta trayectoria. Generaba mucho respeto. Llegó a Lanús y se entrenaba a la par de todos.
¿Te quedó algo de lo que te decía?
-Sí. A los pibes les decía que contra los grandes había que mostrarse para después intentar llegar más alto. Les decía que esto es una carrera corta y había que aprovecharla. Yo le decía que juegue un tiempo más, porque lo encaraban los pibes y no lo podían pasar. Te metía las manos, el cuerpo, se las sabía todas. Fui un afortunado al poder jugar con Ruggeri. Pensar que se retiró haciendo un gol de penal y luego se fue de la cancha.
¿Un día te llevó a tomar el colectivo?
-Es cierto. Lanús festejó un campeonato local y nos invitó como exjugadores. Se nos hizo tan tarde que yo no tenía a nadie para que me lleve a Retiro a tomar el micro. Entonces Ruggeri en un gran gesto me llevó hasta la terminal de ómnibus. Un fenómeno.
¿Cómo hiciste la producción de fotos en El Grafico?
-Fue una linda foto. A los hinchas de Lanús le sigue gustando. Me dieron un tarro de 20 litros de barro. Me tome mi tiempo para embarrarme y me pusieron de contra una tela blanca. ‘Embarrate’, me dijeron, y ahí empecé, sin la ayuda de nadie. Fue muy divertido.
Daniel Cravero, cuando fue tapa de El Gráfico.
¿Esa foto reflejó tu carrera?
-Yo sabía que mi trabajo era ese. A mí tirar un caño o un sombrero no me salía. Además de ser buen jugador y estar entrenado tenés que tener suerte. Yo era un cinco de marca, y en Platense éramos tres volantes de marca. Por eso en los puntajes de los diarios nunca me pusieron más de cinco puntos. Y en Lanús hacía lo mismo y me calificaban con siete u ocho puntos. Pero la diferencia era que le daba la pelota a Ibagaza y me olvidaba. En Lanús mi esfuerzo se notaba más porque era el obrero del equipo.
¿Cómo te llevás con la profesión de técnico?
-Estar con Chaco For Ever en la Primera Nacional nos da mucha felicidad. Es una categoría en la que hace mucho que no estábamos. Ya hace dos años que estoy al frente del plantel. Y poder estar haciendo un buen campeonato y con chances de lograr el segundo ascenso nos pone muy bien para seguir adelante.
¿Muchos no saben que estás dirigiendo?
-En el norte me conocen muchísimo. Dirigí a Guaraní de Misiones, Mandiyú de Corrientes, Sportivo Patria de Formosa, Central Norte de Salta. Trabajé mucho en regionales, que son torneos que acá no suenan tanto. Cuando dejé de jugar paré dos años y luego empecé a dirigir.
¿Es complejo volver al ruedo?
-La única forma para trascender, es ascender con un equipo. Si no es casi imposible que te llamen para dirigir en las categorías de arriba. Cuando voy a las canchas, algunos me conocen por haber estado en Primera y otros por el asalto que sufrí.
¿Cómo recuerdan los chaqueños aquel ascenso a Primera?
-Eso es imborrable para los hinchas de For Ever. Mi primer campeonato, mi primer ascenso. Fueron tres años de intentar llegar a Primera. Nos topamos con equipos muy competitivos como San Martín de Tucumán y Lanús. Hay gente de esa época que hoy volvió a la cancha. Ese equipo me permitió jugar en primera con Platense, vivir en Buenos Aires y ser elegido por Pedro Marchetta.
Una pregunta fuera de guión, pero ahora que te veo… ¿Cómo haces para que no se te caiga el pelo?
-Jajaja. Me dicen que soy parecido a Rubén Insúa. Por suerte siempre pude mantener la cabellera pero tengo en claro que con el paso del tiempo se me van a volar las chapas. Mientras tanto lo disfrutamos.