La muerte de las hermanas Mirabal, el origen del día de la eliminación de la violencia contra la mujer

“Después de apresarlas, las condujimos al sitio cerca del abismo, donde ordené a Rojas Lora que cogiera palos y se llevara a una de las muchachas. Cumplió la orden en el acto y se llevó a una de ellas, la de las trenzas largas, María Teresa. Alfonso Cruz Valerio eligió a la más alta, Minerva, yo elegí a la más bajita y gordita, Patria, y Malleta al chofer, Rufino de La Cruz. Ordené a cada uno que se internara en un cañaveral a orillas de la carretera, separadas todas para que las víctimas no presenciaran la ejecución de cada una de ellas. Traté de evitar este horrendo crimen, pero no pude, porque tenía órdenes directas de Trujillo y Johnny Abbes García. De lo contrario, nos hubieran liquidado a todos”.

(Testimonio de Ciriaco de la Rosa, uno de los asesinos, ante el tribunal, junio de 1962).

La fiesta del Chivo es posiblemente el último gran libro de Mario Vargas Llosa. No sólo por el brillante estilo de las tres historias que contiene –y que es sólo una–: también por la reconstrucción (perfecta obra de relojería) del plan de la resistencia para matar al tirano Rafael Leónidas Trujillo, amo y señor de horca y cuchillo que gobernó a la República Dominicana desde el 16 de agosto de 1930 hasta la noche del el 30 de mayo de 1961, cuando terminó su borrachera de poder omnímodo acribillado a tiros en la carretera que une Santo Domingo con San Cristóbal. Lo mataron los conspiradores Juan Tomás Díaz (general retirado), José Román Fernández, Antonio De la Maza (en venganza: Trujillo ordenó asesinar a su hermano), y Amado García, su custodio personal.

El pueblo dominicano –que por años lo había llamado “padrecito”– respiró la primera bocanada de libertad. Nadie olvidó los miles de encarcelados, torturados, asesinados en las mazmorras del dictador. Y mucho menos al mayor y más doloroso símbolo de la resistencia: las hermanas Mirabal. Las Mariposas.

María Teresa, Patria, Minerva y Bélgica Adela (Dedé) Mirabal Reyes nacieron y se criaron en un hogar rural de buen nivel económico en Ojo de Agua, municipio de Salcedo. Su padre, Enrique, exitoso hombre de negocios, las hizo estudiar como internas en el Colegio Inmaculada Concepción de La Vega, regido por monjas españolas de la Orden Franciscanas de Jesús. Un mundo equilibrado y feliz. Pero Trujillo habría de acabar con todo. Y también, entre tantos atropellos, con casi toda la fortuna de Enrique Mirabel.

Sus hijas, salvo Dedé, no tardaron en comprender que ese grotesco tirano cubierto de medallas falsas –se autocondecoraba– que se hacía llamar El Jefe, El Generalísimo, El Chivo (por su supuesto vigor sexual), El Padre de la Patria, tildado también El Chapita por su pecho ornado de chafalonías, sería el germen de la destrucción nacional. El Padre del Caos.

Y no tardaron en alistarse en la resistencia contra ese “enano huachafo (cursi) y criminal”, como lo definió Vargas Llosa. El grupo de oposición se llamó 14 de Junio en memoria de una fracasada insurrección contra Trujillo ese día de 1959. Pero la clandestinidad era caminar por una cuerda floja a punto de romperse. Casi todo el país estaba controlado por el siniestro SIM (Servicio de Inteligencia Militar), cuyo máximo y más pérfido cerebro era un tal Johnny Abbes, más tarde reemplazado por el marino Cándido Torres Tejada, y al final por José (Pupo) Román Fernández, ambos militares y diestros jefes de las redes de delación y de las siniestras cárceles del Chivo.

A una de esas cárceles (La Victoria) fueron a parar varias veces dos de las hermanas Mirabel: Minerva y María Teresa, ambas casadas y madres, y también sus maridos. Todos padecieron torturas, y ellas, además, violaciones. Pero La Bestia Negra –otro apodo de Trujillo– no estaba conforme. El 18 de mayo de 1960, las dos y sus maridos fueron juzgados “por atentar contra la seguridad del Estado dominicano” y condenados a tres años de prisión. Pero fue una trampa.

Apenas tres meses más tarde, el 9 de agosto y extrañamente, el tirano ordenó que Minerva y María Teresa fueran liberadas, pero no sus maridos. Un disfraz de generosidad para la tragedia que se incubaba: en realidad, todo estaba decidido de antemano, y paso a paso.

Primer acto. Trujillo le ordenó al general Román que mudara a los maridos de las hermanas a la cárcel de Salcedo, para evitarles el largo viaje desde sus casas hasta la cárcel de Victoria. Segundo acto. El teniente Víctor Alicinio Peña Rivera recibe del general Román estas instrucciones, que mucho después recordará en su libro de memorias: “Hay que disponer el traslado a Puerto Plata de los esposos de las hermanas Mirabal. La justificación del traslado será el descubrimiento de armas clandestinas dirigidas al movimiento que ellas encabezan. La idea es que ellos nos ayuden a determinar si las personas apresadas son miembros de ese movimiento. Una vez terminado esto, les puedes decir que serán regresados de nuevo a Salcedo. Una vez trasladados les prepararás una emboscada en la carretera a las hermanas Mirabal. Deben morir. Se simulará un accidente automovilístico. Ese es el deseo del jefe”.

Al otro día, el cabo de policía Ciriaco de La Rosa llegó al cuartel del SIM en Santiago, pidió cuatro agentes y un vehículo, Peña Rivera designó a Alfonso Cruz Valerio, Emilio Estrada Malleta, Néstor Antonio Pérez Terrero y Ramón Emilio Rojas Lora. El 18 y el 22 de noviembre no se atrevieron a cumplir su orden de muerte porque las hermanas “viajaban con niños”. Pero el 25 iban sólo con el chofer Rufino de la Cruz y otra de las Mirabel: Patria.