Acomplejada por su altura, Elaine Foo se sometió a un procedimiento de alargamiento de piernas. Ocho años después de la cirugía inicial, sigue lidiando con las cicatrices, tanto físicas como emocionales, que le dejaron el fallido procedimiento.
La mujer, de 49 años, lamenta profundamente su decisión y advierte a otros sobre los peligros de dejarse llevar por las inseguridades y las promesas de cambios rápidos.
Respecto a lo que la llevó a operarse, contó: «A los 12 años yo era más alta que la mayoría de las chicas. A los 14, de pronto era más baja. Con el tiempo se volvió una obsesión. Más alta significaba mejor. Más alta significaba más hermosa. Solo sentía que la gente más alta tenía mejores oportunidades».
De adulta, su obsesión se volvió abrumadora. Elaine creyó que tenía dismorfia corporal, un trastorno de salud mental en el que las personas ven defectos en su apariencia sin importar cómo los vea el resto del mundo.
Primero Foo se enteró sobre una clínica china que realizaba cirugías para alargar los huesos de las piernas y eso le llamó la atención. Pero fue varios años más tarde cuando descubrió una clínica privada en Londres que ofrecía el procedimiento, a cargo del cirujano ortopédico Jean-Marc Guichet y mediante un dispositivo creado por él, al que denominó el clavo Guichet.
«Ese realmente fue un momento de aleluya porque podía hacerlo en Londres y recuperarme en mi casa», recordó.
Y sobre el médico, admitió: «El doctor Guichet era franco respecto del tipo de cosas que podían ir mal: lesiones en los nervios, coágulos de sangre o la posibilidad de que los huesos no se volvieran a fusionar».
«Pero yo había hecho mi investigación, iba a pagar un doctor muy costoso y esperaba una atención médica acorde. Mi sueño era crecer de mi 1,57 m hasta 1,65 m», relató Elaine, quien finalmente abonó casi 50.000 libras (US$64.000) para ingresar en el quirófano en julio de 2016.
Lo que esperaba que fuera un cambio positivo se convirtió en una pesadilla ya que a las pocas horas comenzó a sentir un dolor como si le estuvieran «asando las piernas desde dentro», y desde ese momento todo empeoró.
Dos semanas después, experimentó un crujido en su pierna izquierda, Luego supo que el clavo insertado en su fémur se había roto, causando un daño significativo. Eso la llevó a someterse a nuevas cirugías para corregir el problema, incluida una en Milán, pero terminó con la movilidad gravemente afectada y más dolores.
Se quedó sin ahorros, desempleada y lidiando con trastorno de estrés postraumático, por lo que emprendió una larga batalla legal contra el cirujano responsable. Dicho proceso duró cuatro años hasta que logró una indemnización, pero sin la admisión de responsabilidad por parte del médico.
Pero, según admite ella, el dinero no llega a borrar las cicatrices físicas y emocionales que marcaron su vida.
«Perdí los mejores años de mi vida. Sé que a la gente le gusta oír la palabra arrepentimiento y si alguien me preguntara hoy si lo habría hecho de haber sabido que iba a pasar por todo esto, le diría un rotundo: ‘No, muchas gracias’”, concluyó Elaine.