Las dos caras de Juan Román Riquelme

Siempre solución dentro de la cancha, afuera se ve permanentemente rodeado de conflictos. La reciente grieta con Battaglia en Boca no es una novedad…

Juan Román Riquelme siempre fue una solución dentro de la cancha. Desde el primer partido en Boca, en el que le puso su fútbol a un equipo de Bilardo que deambulaba por el campo. Si había que asistir, nadie mejor que él para encontrar los huecos invisibles detrás de las murallas rivales. Si había que tener la pelota, él la tenía y la retenía con sus mañas incluso si los que estaban enfrente eran los volantes del Real Madrid. Si había que hacer goles porque Palermo se había ido, él los hacía, como bien lo sabe Palmeiras desde las semifinales de la Copa 2001. Un córner era una situación de peligro. Obviamente también un tiro libre. Dentro del campo, tenía las respuestas a todas las preguntas. Cerebro del equipo, titiritero, prestidigitador, amasó belleza más efectividad bajo su suela sabía hasta convertirse en el máximo ídolo de todos los tiempos.

Pero…

Fuera de la cancha, Juan Román Riquelme nunca fue un tipo fácil. Y a medida que fueron pasando los años, esos rasgos de personalidad se acentuaron. Fue parte de la grieta que rajó el vestuario de Boca antes de la final con el Real. Le hizo el Topo Gigio a la dirigencia ante la audiencia incalculable de un Boca-River poco antes de irse enojado al Barcelona. Ya había tenido una relación tirante con el Maestro Tabárez y luego se sacó chispas con un Van Gaal que quería convertirlo en pieza de orquesta cuando él ya estaba acostumbrado a ser solista. Los problemas con Pellegrini y los dirigentes del Villarreal lo hicieron terminar tempranamente su experiencia europea. Discutió con Messi el papel protagónico de la Selección Olímpica que ganó el oro. Fue apuntado por sus compañeros por lo que se veía como escaso compromiso («aparenta correr», se quejó públicamente Julio César Cáceres) y los hizo callar a todos en un vestuario. Nunca admitió sus conflictos de liderazgo con Palermo, que quedaron en evidencia cuando el Loco no lo invitó a su partido despedida. Renunció por tele a la Selección de Maradona porque no le gustó una frase. A ver: le renunció a un Maradona que en su homenaje se sacó la camiseta argentina para dejar ver la que tenía pegada a la piel, la 10 de Román (¿existe reconocimiento mayor en esta Tierra?). Y puesta a juzgar, la Bombonera falló a su favor y le dio la espalda a Dios, porque en definitiva el riquelmismo también es una religión.

¿Hay más? Claro. Se peleó con el Angelici tesorero que no quiso firmarle un contrato por cuatro años y se lo hizo pagar años después, ya presidente, cuando le renunció en plena final de la Libertadores ante el Corinthians. Y hace poco le pasó la factura definitiva arrebatándole el poder del club. Estuvo a las puteadas con Falcioni y hasta les marcó el terreno en el vestuario a sus hombres, Erviti y el Pelado Silva. Tuvo sus diferencias siempre bien disimuladas con Bianchi. Criticó sin piedad al Vasco Arruabarrena y a Guillermo Barros Schelotto, dos ex compañeros, cuando eran técnicos de Boca y él miraba desde afuera, tomando mate. Nunca toleró a Pergolini y le jugó por atrás hasta hacerlo salir. Se distanció de Ameal, el presidente que nunca fue elegido (fue heredero de Pompilio y le puso la cara a la boleta que todos votaron porque estaba Román). Se la hizo parir a Tevez hasta que lo acompañó abrazándolo hasta la puerta de salida para poder tomar el vestuario como lo hizo. A otros jugadores, directamente, los liquidó con la indiferencia o negándoles lo mismo que él reclamaba desde el otro lado del mostrador. Le pidió a Russo un poco de paz y a cambio él le contestó con guerra fría. Puso a Battaglia por su docilidad y ahora le pasa factura, le erosiona la voz de mando, lo desautoriza públicamente mostrando el tamaño de su poder.

Alguien que lo estudia a la distancia, con curiosidad, profesional de la salud mental que prefiere mantenerse en el anonimato porque no trata directamente el caso, lo ve como un «obsesivo del control y del poder». Y pensando en algunas curiosidades de su época de jugador, aquello de «disfrutar más una asistencia que un gol», el médico en cuestión despoja la frase de todo romanticismo: «El necesita armar la jugada y disfruta de ese pase no sólo como jugador, sino como alguien que es el dueño de la pelota. Sería algo así como ‘No podés hacer el gol si yo no te la doy'». E inmediatamente viene a la cabeza aquella jugada maravillosa en la que le dejó servido a Palermo el gol del récord y se fue a festejarlo por su cuenta, dueño absoluto del mérito en la acción crucial que cambiaba la historia.

¿Tiene dos caras Román, entonces? «Hay que ver si son dos caras. Cuando era jugador, tenía problemas con la aceptación de la autoridad. Y ahora ejerce el poder de un modo autoritario, mostrando quién manda». Tal vez, entonces, sean dos caras de una misma moneda. Ahora le toca sufrir a Battaglia, y en el futuro quién sabe a quién. Pero cabe preguntarse si con estos antecedentes Boca va a poder tener alguna vez un técnico independiente, alguien que no viva a expensas de los humores de Román. Ni de su caridad mal entendida. 

Antonio Serpa