A fines de 1974, el presidente de la FIFA visitó Rosario para elegir el estadio de la ciudad a utilizarse en el Mundial. Los dirigentes de ambos clubes intentaron pintorescos operativos de seducción pero al final la clave fue la influencia sindicalista en la AFA.
Rosario Central y Newell’s jugarán mañana una nueva versión del clásico más antagónico –¿e irracional?- del país. Será en Arroyito, el estadio construido en 1926 y refaccionado para el Mundial Argentina 1978, desde cuándo comenzó a ser llamado “el Gigante”. Ya con Qatar 2022 acercándose, el clima de Copa del Mundo permite reconstruir una historia poco conocida: ¿Cómo fue que Central –y no Newell’s- se quedó con la subsede de Rosario para Argentina 78? Aunque sin jugadores ni goles, pero sí en medio de presiones políticas, influencias sindicales y pintorescas tretas para seducir a la FIFA -propias del folclore de un partido que dura 365 días al año-, Central ganó este clásico mundialista.
La FIFA designó a Argentina como sede del Mundial 78 en 1966, doce años antes de su realización. Desde entonces, como en la previa de cualquier Copa del Mundo en cualquier país, una de las cuestiones a resolver serían las sedes del torneo. A grandes rasgos, desde fines de 1960 –y en especial a comienzos de los 70, cuando se aceleraba la cuenta regresiva-, siempre hubo tres unanimidades: 1) que el estadio de River sería el escenario principal –ya en 1971, cuando se hablaba del Monumental para el partido inaugural, las presentaciones de Argentina y la final, los primeros proyectos contemplaban la eliminación del club Tiro Federal, lindante al estadio-; 2) que Buenos Aires contaría con, al menos, un segundo estadio; y 3) que Rosario albergaría otra sede. Para este último punto no hacía falta explicar las razones: más allá de su rol preponderante en la historia, la población y la economía del país, Rosario siempre rebalsó de cultura futbolera y ya desde hacía décadas albergaba a dos equipos de Primera División.
En el largo camino hasta 1978 (en verdad hasta 1974, cuando se eligieron las sedes), varias ciudades se postularon para recibir el Mundial pero, una a una, fueron quedando en el camino: La Plata, Salta, Bahía Blanca, Comodoro Rivadavia, Tucumán y Corrientes. Ahora suena increíble pero en aquel momento, en medio del afán de la AFA y de los gobiernos argentinos de ahorrar dinero y evitar la construcción o el reacondicionamiento de estadios –como certifica el excelente libro de Matías Bauso, “78, Historia oral del Mundial”-, llegó a hablarse de la posibilidad de utilizar canchas con tribunas de madera, como el Viejo Gasómetro, de San Lorenzo, o de maquillar escenarios que a todas luces no cumplían los requisitos para un Mundial, como el de Independiente Rivadavia de Mendoza. Incluso en 1971 se mencionó al estadio de Boca como posible escenario, pero no la Bombonera, sino el que proyectaba construir el presidente del club, Alberto J Armando, en la Costanera Sur. Racing, Huracán e incluso Ferro aparecieron –al menos, en los medios- como otras opciones.
Hasta que, en 1974, el año del Mundial de Alemania, la FIFA eligió –ante las opciones presentadas por la AFA y el gobierno argentino, entonces a cargo del peronismo- a los seis estadios de cinco ciudades diferentes que recibirían la siguiente Copa del Mundo. Debían construirse tres nuevos, en Mar del Plata, Córdoba y Mendoza –hasta entonces, en Argentina, todas las canchas pertenecían a clubes-, y debían refaccionarse otros tres que sí eran propiedad de equipos, los de River y Vélez en Buenos Aires, y el que fuera elegido en Rosario, el de Central o el de Newell’s. Aquí, dos años antes del golpe de Estado perpetrado el 24 de marzo de 1976, hace falta una aclaración. Como escribe Bauso en desagravio de River, pero también de Vélez y de la cancha elegida en Rosario, “con el tiempo, una de las imputaciones que recayeron sobre River fue que la cancha ‘se la hicieron los militares’. Sin embargo, habría que recordar que fue el único de todos los estadios utilizados que nunca fue puesto en duda por ninguno de los gobiernos que tuvieron en sus manos la organización”.
Respecto a Rosario, las únicas dos condiciones que estaban claras después de Alemania 74 eran su confirmación como subsede de Argentina 78 y que no se construiría un estadio nuevo. No era poco, claro, pero lo que faltaba tampoco era un detalle, al menos para la ciudad del país que respira más fútbol –o más rivalidad futbolera-: qué templo sería elegido, si el del barrio Alberdi o el del Parque de la Independencia. Ambos estadios necesitaban evidentes refacciones: el de Central, por ejemplo, sólo tenía construida media bandeja superior en la platea más cercana al río Paraná (eran obras que ya habían comenzado, independientemente de la adjudicación de la sede) y una de las populares todavía era de tablones de madera.
Con el amistoso Argentina 1-España 1 jugado el 12 de octubre de 1974 en el Monumental como excusa para el comienzo del camino hacia el próximo Mundial –también esa tarde empezó el ciclo de César Luis Menotti como técnico de la selección-, la cúpula de la FIFA llegó a Argentina para avanzar con las sedes. Los últimos gobiernos, desde aquella elección en 1966, no habían avanzado mucho. Casi nada, en verdad. El país se consumía en un espiral de violencia que, dos años después, conduciría a su mayor tragedia, la dictadura cívico-militar.
En aquel octubre de 1974, el presidente de la FIFA, el brasileño Joao Havelange, fue hasta Rosario a visitar los dos estadios. En verdad, la pelea entre los gigantes de la ciudad por quedarse con la sede ya había comenzado hacía rato. Newell’s parecía haber arrancado mejor: en diciembre de 1972 presentó una maqueta de su estadio remodelado –todavía no llamado ‘el Coloso del Parque’ ni denominado, claro, Marcelo Bielsa- a cargo de Mario Roberto Álvarez, un arquitecto de mucho prestigio. Pero Central también empezaba a jugar la parte política: el secretario del club, Antonio Rodenas, tenía buena relación con el presidente de la AFA en el segundo semestre de 1973, Baldomero Giján. Y a su vez, el intendente de la ciudad, Rodolfo Ruggeri, era hincha de Newell’s. La interna se ponía tan pesada que el presidente de la AFA entre junio de 1974 y marzo de 1976, David Bracuto, amenazó a los dirigentes rosarinos: “Hablé con el gobernador y le dije que, si Rosario no se pone de acuerdo, la sede pasa a ser Santa Fe. Y ahí será el estadio de Colón”.
“78, Historia Oral del Mundial” le dedica un apartado al clásico mundialista –también al clásico invisible- entre Central y Newell’s. “La comedia de Rosario: la pelea por la sede”, es el título, acompañado por un subtítulo con el textual de un dirigente de Central de la época: “Con esto, le sacamos 100 años de ventaja a Newell’s”. Escribe Bauso en su magnífico libro: “Durante la visita de los dirigentes de FIFA en octubre de 1974, se produjeron en Rosario situaciones disparatadas, propias de una mala comedia de enredos. Los dirigentes de Central y de Newell’s peleaban denodadamente para ganar la subsede Rosario. Los hombres de FIFA fueron asediados durante esos días que pasaron en Argentina. Tuvieron suerte: en Rosario solo estuvieron unas horas”.
Havelange y su comitiva visitaron primero el estadio de Arroyito. Rodenas, secretario de Central, no se puso colorado tras decirle al presidente de la FIFA: “Va a quedar como el Maracaná”. El dirigente rosarino estaba chispeante: como la cancha está a pocos metros del Paraná, le aseguró a Havelange que los hinchas brasileños llegarían desde su país en barcos, por el río, para alentar a su selección. No sólo eso: le prometió que, si la capacidad hotelera de la ciudad colapsaba, pondrían buques-dormitorios enfrente del estadio. Pero según las crónicas de la época, los delegados de la FIFA tomaron nota de muchas adversidades del estadio de Arroyito, como la poca distancia entre la línea de fondo y el alambrado, o la escasa cantidad de cabinas para la prensa.
De allí, en aquel mismo día de octubre de 1974, Havelange y los suyos fueron a Newell’s. Sigue Bauso: “Una leyenda urbana recorre Rosario desde ese día. Indica que alguien con contactos en la Municipalidad logró alterar la coordinación de los semáforos y cortar algunas calles para que el acceso a la cancha se convirtiera en un infierno y así restarles posibilidades a la candidatura de Newell’s, aprovechando la exasperación de los hombres de FIFA”. Ya en el Parque de la Independencia –con o sin picardía canalla previa de automatizar los semáforos por el boulevard Avellaneda-, quien comenzó su perorata fue Armando Botti, el presidente de Newells. Primero presentó un audiovisual con el proyecto ideado para su estadio de cara al Mundial 78 y después, para sorpresa de los dirigentes de la FIFA, siguió con una diatriba en contra de la cancha de Central: enumeró sus “numerosas” falencias. Cualquier picardía vale en el clásico de Rosario, que no se jugaba con futbolistas sino con dirigentes de lengua filosa frente a Havelange. El presidente de la FIFA, de todas maneras, dejó Argentina a los pocos días con una frase que sonó a lavada de manos: “Que el estadio lo elija la AFA”.
Eran tiempos en que el sindicalismo tenía mucho peso en la cúpula de la pelota. Mientras el presidente de la AFA, Bracuto (ex titular de Huracán), era director del servicio médico de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), el segundo hombre fuerte del fútbol argentino era Paulino Niembro, dirigente de Nueva Chicago y padre de Fernando (periodista con varios pasos por la política), también de la UOM, uno de los gremios más poderosos del país. Bracuto tenía buena relación con Botti y estaba a favor de Newell’s: incluso, supuestamente, se había comprometido con el presidente leproso para garantizarle la sede del 78. Pero Niembro, cercano a los dirigentes de Central, hacía fuerza por los canallas. El Comité Ejecutivo de la AFA también estaba dividido: sus integrantes tenían posturas encontradas. Quien se moviera más rápido ganaría, y lo hizo Niembro el 17 de diciembre de 1974, el día que armó la votación en la AFA y le ganó a Bracuto.
Según contó Rodenas años más tarde, “estábamos 5 a 5 en el Comité Ejecutivo de la AFA. Hablé con Lorenzo Miguel (otro dirigente de peso en la UOM) y me contó que Bracuto le dijo que a la noche iban a tratar el tema. Ahí Vesco (Víctor, presidente de Central) habló con Leyden (Santiago, presidente de Ferro), lo trabajó y lo convenció. Fue él quien desniveló la votación. El otro que nos ayudó mucho fue el dirigente metalúrgico Eugenio Blanco”. Muerto Perón en julio de ese año, Niembro tenía más influencia con los gremios. Bracuto se enojó con la movida en contra de su interés por Newell’s, pero siguió en su cargo hasta el 24 de marzo de 1976, cuando –como el país- caería ante el golpe de Estado.
Aquel mismo 17 de diciembre de 1974, llegó al despacho de Antonio Andrade, titular del Concejo Municipal de Rosario, un despacho telegráfico que decía: “Comunícole sus efectos elegir estadio Club Rosario Central para partidos Copa Mundial 1978. Comité Organizador Mundial 78”. Sigue Rodenas: “Estábamos comiendo en Arroyito cuando llegó el telegrama comunicando que éramos sede. Nos abrazamos y Vesco (el presidente) me dijo ‘con esto le sacamos 100 años de ventaja a Newell’s’”.
Ya con el país en el infierno –el periodista Nicolas Lovaisa contó en el sitio Papelitos que, meses después de aquel 1974, Rodenas y otro dirigente de Central, Natalio Wainstein, alquilaron el predio La Calamita y lo cedieron al Ejército, donde funcionaría uno de los centros clandestinos de detención-, Argentina jugaría el partido más polémico del Mundial en el recientemente bautizado Gigante de Arroyito. Fue el 6-0 contra Perú, pero ésa es otra historia: también pudo haberse jugado en la cancha de Newell’s. Atrás había quedado el insólito clásico mundialista.