Chingoli Bofill hizo saber que su papá Mario Bofill, el mito viviente, colgó la guitarra y cambió música por familia.
Autor de más de 200 títulos, el eterno Marito se bajó de los escenarios. A poco de cumplir 55 años de carrera, hoy prefiere disfrutar de su quinta, de sus nietos y de la paz de saber que lo ha dado todo. Conocido como pocos, querido como ninguno. Pintor de una esencia que ya nunca podrá dejar de ser. Recordado y evocado por guainas, pueblos pintados a la cal, polvareda, siesta y arenal. Galoperas valientes o tarariras. Cambalache que nos muestra mejor que uno mismo.
Mario Bofill, el mejor retratista correntino, se bajó de los escenarios. Colgó las guitarras y dejó a esas María de dos luceros con ojos tristes por querer volver a escucharlo. Eso sí, deja un sinfín de historias.
Sus últimas presentaciones en vivo fueron el 8 de julio por streaming en Chamamé 2.0; también se lo vio el 2 de abril recordando Los Ramones, el tema alusivo a Malvinas que compuso junto a Julián Zini. O en febrero, allá por Goya y en enero, en Chaco, en el Festival del Taninero.
Marito deja esa perspicacia de ver que un simple estudiante del interior no pasa sin pena ni olvido y que si es todo un viva la pepa, las flores del alma cuestan en llegar.
La prolífica vida del autor correntino se compone de más de 200 títulos, algunos muy conocidos que no hacen falta mencionar y otros de los que se ignoran que son de su autoría como María Itatí, que realizó junto al pai Zini. Entonces deja también palabras que bendicen al pueblo creyente.
“Papá tiene colgadas las guitarras arriba del ropero y no me dio ninguna novedad de que las vaya a bajar” confió a República de Corrientes Chingoli Bofill, hijo del pródigo chamamecero correntino. Y es que “el caballo está un poco cansado y ahora está en un lugar que siempre le gustó: el campo”, cuenta con una alegoría que suena a letanía por la extrañeza de ver a su padre lejos de la vida que siempre lo vio transitar.
Puertas adentro, no es una mala noticia. Chingoli asegura que Mario “siente y disfruta mucho de la familia y de las nietas, chacrea, usa el tractorcito él nomás y ojo con querer tocarle su tractor”.
Así, el músico que también fuera senador provincial discurre sus días en su quinta y entre Loreto y Riachuelo. Junto a los proyectos de sus “terrenitos” ya casi no anda por la ciudad que lo vio peregrinar en su inmensa carrera musical.
“Viene para hacerse chequeos médicos nomás. Cada tanto me viene a ver para saber cómo ando en el camino de la música”, cuenta el único hijo músico del compositor. “Compartí muchos escenarios con él, ahora me toca esperarlo y ver si quiere volver”.
“Despacito y a fuego lento, sabía que Marito en algún momento no iba a querer subir más”, recordó.
Ser Bofill, por estos geografías, no es poco. Es reconocerse pintor de paisajes magistrales. Como de los que se retratan en las fotos, pero que también se cuentan con las palabras y se sienten bien adentro de las entrañas. En los fueros más íntimos. Es aceptar la esencia y el orgullo de la humildad y la sencillez de ser un correntino de adentro, de pueblo, de ser el gran Mario asumiéndose pequeño e igual a todos.
Si cierra los ojos y escucha un mi mayor -o un si séptima, o quizás un la menor- y que alguien se arremanga el pantalón para subir la pierna en una silla y hacer sonar los graves de una guitarra, seguro lo ve a él, que empieza a ser acompañado por el agudo respirar de un acordeón.