Marcelo Jiménez (23) fue detenido el sábado en Córdoba por el asesinato de Pablo Zamorano (45) en Flores. Apenas estuvo 72 horas preso.
La vida de Fernanda Ledesma (47) explotó el 5 de junio pasado. Esa madrugada, su yerno, Marcelo Jiménez (23), mató de una trompada en la cara a su marido, Pablo David Zamorano (45), durante una fiesta familiar en Flores, enojado porque le había pedido que no tomara más alcohol ya que se estaba poniendo «cargoso».
El agresor, oriundo de la provincia de Córdoba, estuvo 34 días prófugo. Lo detuvieron el sábado pasado en Villa Rumipal, adonde había conseguido trabajo en una obra. Pero apenas llegó a estar preso 72 horas. Ya está libre, por disposición de la Justicia.
«Estoy destrozada. No entiendo nada. ¿Cómo puede ser que lo soltaron?» plantea -entre incrédula y dolorida- la mujer, vecina de toda la vida del barrio Texalar, en Morón.
«Zamo», recolector de residuos de la empresa AESA, fanático de River, papá de Samira (17) y Enzo (15), muy querido por todo el Sindicato de Camioneros, había tenido un gran gesto con quien paradójicamente terminaría siendo su asesino, hace cuatro meses, cuando le ofreció un techo donde vivir.
Jiménez había llegado del Valle de Calamuchita para instalarse en lo de sus abuelos, a cuatro cuadras de lo de Zamorano. Consiguió una changa para hacer repartos en moto. Pero a los meses le pidieron que se fuera del hogar.
-«¿Por qué te echaron de tu casa?», le preguntó su suegra.
-«Porque la abuela no quiere que lleve a Sami, no quiere que tome una cerveza con amigos», contestó él.
Apenas supo de esta situación, la reacción de «Zamo» dejó en evidencia su calidad de persona: «No lo voy a dejar tirado, lo echó la abuela, la madre está en Córdoba, el papá falleció», enumeró el hombre a su esposa.
Ahora, Ledesma está totalmente arrepentida de haber permitido que Jiménez viviera con ellos. «Nunca nos imaginamos la clase de persona que era. Ahora con esto veo su foto y le veo cara de asesino», cuenta la mujer, a quien la madre del sospechoso le había agradecido con un mensaje: «Gracias Fernanda por darle techo a mi hijo, Dios te va a ayudar».
El crimen se produjo en la madrugada del 5 de junio, afuera de una casa de la calle Balbastro al 3500 -Flores- adonde se festejaban los 50 años de un compañero de trabajo de la víctima. Había familias, chicos, mujeres, sus maridos, gente bailando.
«Dejá de tomar que no estamos en casa», le pidió «Zamo», un hombre de baja estatura (1,60 metros) pero corpulento (pesaba 100 kilos), a su yerno, luego de varias vueltas de fernet con coca.
«Bajá un cambio, dejá de tomar tanto, porque son las 2 y media y a las 4 vas a estar en pedo», insistió. Su yerno replicó: «Vos no sos mi papá, no me vas a decir lo que tengo que hacer. No te pego porque sos el papá de mi novia».
La conversación siguió con un ruego del padre de familia: «Callate la boca, no me hagas pasar vergüenza, hablemos tranquilos afuera». Pero encontró una nueva resistencia: «Yo no me voy».
A esa altura, Jiménez estaba molestando a otra mujeres.»Vení, vamos a bailar», les decía. Entonces Zamorano le comentó a su esposa: «Fer, vámonos porque se está poniendo cargoso». Eran cerca de las 3 de la madrugada. «Bueno, vamos», concedió ella.
La pareja le pidió a Enzo que fuera a buscar el acordeón con el que tocaba junto a un grupo y se dispusieron a guardar todo en el auto.
Lo cierto es que cuando el hijo de la víctima salió a la calle, vio el momento en el que, en la esquina, el atacante le daba una trompada a traición a su papá, en la cara. El golpe lo hizo caer y el recolector dio su cabeza contra la vereda. Desde ese instante quedó inconsciente.
El agresor escapó. Su suegro quedó nocaut, con un tajo del lado izquierdo de la cabeza y el ojo hinchado. Lo trasladaron al Hospital Piñero, pero como no había neurocirujanos lo derivaron al Ramos Mejía.
«Me fui con él en la ambulancia, respiraba con un ronquido feo, le salía sangre por la nariz y por la boca», reconstruye su esposa.
A las diez de la mañana del domingo, un médico le dio el lapidario parte: «Señora, se lo digo en criollo, mire que se va a morir». A esa altura, el paciente tenía muerte cerebral. Fallecería horas más tarde.
Mensajes de texto
El mismo día del homicidio, Jiménez fue visto merodeando las inmediaciones de la casa de la familia. Por la tarde le mandó mensajes de texto a su novia, quien a esta altura ya lo había bloqueado por WhatsApp. Se accedió a esas conversaciones: «La verdad estoy muy arrepentido. Sin tan solo pudiera arreglar algo, me encantaría», escribió. No recibió respuesta.
Desde entonces, la División Homicidios de la Policía de la Ciudad empezó con las tareas de inteligencia para encontrarlo. Así detectaron que había llamado a la chica, que ya no quería saber más nada con él, con un teléfono cuyo prefijo era de Córdoba. Una foto subida a las redes sociales, que analizó la Policía de la provincia mediterránea, dio su ubicación: estaba en Villa Rumipal.
Hasta allí había ido para ocultarse en lo de sus familiares. Había encontrado un empleo transitorio como albañil en una obra en construcción. El sábado pasado, su hermano lo fue a buscar al lugar en un Fiat Duna y los agentes armaron un control de tránsito para detenerlo.
Las fuentes consultadas indicaron que lo trasladaron a una alcaldía. Pero apenas estuvo preso 72 horas, por una controvertida disposición del juez en lo Criminal y Correccional N° 46, Jorge Anselmo De Santo, que por el momento le atribuiría un «homicidio preterintencional», es decir, cuando uno ataca a una persona pero sin intención de matar.
Sus familiares postearon en las redes sociales una foto con él este martes. «Otra vez juntos», celebraron. Luego decidieron borrarla. Un hermano se jactó: «Quieren bajarnos y no saben cómo hacer… El Jimeneo. Los amo, hermanos, que la cuenten como quieran».
Conmoción en el gremio
El crimen de «Zamo» causó una profunda conmoción en el gremio conducido por Hugo y Pablo Moyano. Siempre iba a los partidos del Club Atlético Camioneros. En las redes sociales compartía fotos con ambos.
Con Fernanda se habían conocido mientras trabajaban en un geriátrico. Él era el cocinero. «Nos casamos el 16 de marzo de 2001. En 2004 nació mi hija y en 2006 el varón», recuerda la mujer. Siempre se encargaba de hacer el locro en las fechas patrias para los más humildes. «El rey del locro de Texalar», coincidían en definirlo.
«Mi hermano le dio todo. Si se le rompía la moto, le compraba los repuestos. Si no tenía zapatillas, lo acompañaba a comprárselas y le daba para pagar en cuotas», contó a este diario Silvana Canceco (38), hermana de la víctima, sobre la inexplicable actitud del yerno.
Además, mencionó que en otras reuniones con compañeros del gremio también había quedado «en offside» porque se ponía a tomar alcohol en exceso y se ponía a «bardear» a gente con la que no tenía confianza. «Todo bien con vos, Zamo, pero llevátelo», le sugerían sus amigos.
Canceco insiste en que sigue incrédula y que no pueden entender lo que pasó. «Pablo no se metía con nadie, si te podía ayudar te ayudaba y no te pedía nada a cambio. Al velorio fue un mundo de gente. Pero a este asesino no le importó nada».