Miguel Bejarano, el nene que quiso evitar que lo retaran y desapareció para siempre

Tenía 9 años cuando lo vieron por última vez en enero de 1998. El escalofriante relato de Raúl Bejarano sobre lo que descubrió mientras buscaba a su hijo.

Miguel Ángel Bejarano, de 9 años, se sumó a la lista de chicos desaparecidos en Corrientes el 25 de enero de 1998, en la ciudad de Esquina. Aquel día, tras discutir con uno de sus hermanos, se fue caminando solo hacia la costa del río para evitar que su papá lo retara y no lo vieron nunca más.

 
La causa pasó por dos jueces, tuvo seis sospechosos detenidos que fueron liberados poco después y sumó más de 3.500 fojas. También tuvo una testigo clave, que murió sin que la llamaran a declarar. A 26 años de la desaparición de «Miguelito», su papá habló con TN y expresó: «Lo único que me queda a mí es pedir a Dios, pedirle que haga justicia por Miguel Ángel».

«En Corrientes todo era posible», afirmó Raúl Bejarano, en relación a la época en la que desapareció su hijo. Y enumeró: «Venta de chicos, de órganos, explotación sexual infantil». Sus palabras resuenan con un doloroso eco en medio de la búsqueda de Loan Danilo Peña, que actualmente tiene en vilo al país.

«Ojalá cambie algo de una vez por todas. Si el caso de Loan queda en la nada, va a ser peor todavía», advirtió.

La desaparición de Miguelito Bejarano


Eran cerca de las 6 de la tarde de ese 25 de enero y una discusión absurda llevó a Miguel a tomar la decisión de ir solo a la casa de su abuela, pero no llegó. «Estaban jugando en la vereda de la casa de un vecino y se peleó con el hermano por una fruta», contó su papá.

No había más de seis cuadras de distancia entre ese lugar en donde estaban y la casa en la que vivía con su familia. Por eso, cuando otra vecina fue a avisarle que Miguel y su hermano se estaban peleando en la calle, Raúl salió a la carrera a buscarlos, pero sólo encontró a uno de sus dos hijos cuando llegó.

Al principio no se preocupó. Volvió a su casa creyendo que Miguelito llegaría también para la hora de cenar. Pero el tiempo pasó y no tuvieron noticias suyas, entonces se acercaron a la comisaría del pueblo para denunciar la desaparición. No pudieron.

«Nos dijeron que había que esperar 24 horas y salimos a buscarlo nosotros», recordó Bejarano sobre aquellas primeras horas de desconcierto y angustia. Algunos testigos aseguraron haberlo visto cerca del río Paraná, y después en los ensayos de una de las comparsas que se preparaban para el carnaval. La familia siguió cada pista personalmente, pero aquella tarde Miguel se «esfumó» a la vista de todos y su destino, al día de hoy, sigue siendo un misterio.

Los sospechosos del caso


José Domínguez fue el primer detenido por la desaparición del nene de nueve años y quien delató también a los otros cinco sospechosos que tuvo la investigación. María del Carmen Ortustegui, Mario Caballero y Miguel Alberó cayeron en la provincia de San Luis; y Silvano Bengolea y Gimena Baticche fueron detenidos en Buenos Aires.

«Cinco eran de Villa Mercedes y uno de Adrogué, un empresario», detalló a TN el padre de Miguel Ángel Bejarano. Sin embargo, comentó, algunos de ellos eran conocidos por tener una casa también en Corrientes, sobre la ruta, a unas 20 cuadras de donde vivían Miguel y su familia.

«Esa gente merodeaba una cancha a donde iban los chicos a jugar y a veces los llamaban y les mostraban fotos pornográficas», apuntó el hombre. No obstante, nunca estuvo claro cuál era la presunta participación que tenía cada uno en el caso de su hijo, ni de qué se los acusaba exactamente, y de a uno fueron recuperando la libertad.

Mientras tanto, la búsqueda continuaba y la falta de resultados alimentaba la hipótesis de que el chico de nueve años hubiera sido secuestrado por alguna organización con fines de trata.

    
La casa de al lado


Pasaron varios años hasta que apareció la primera pista firme sobre el destino que tuvo Miguel. El dato lo trajo una mujer, conocida de la familia Bejarano, que no había hablado antes por miedo.

«Esta persona me dijo que a Miguel lo tuvieron escondido al lado de su casa», recordó Raúl. La mujer apuntó entonces contra su vecina, una presunta enfermera que solía recibir de visita a algunos de los sospechosos que habían sido detenidos y después liberados por la desaparición del chico.

«Yo pedí que le tomaran declaración, pero nunca la citaron», lamentó el hombre, convencido de que su testimonio podría haber sido la llave que los acercara por fin a la verdad. Esa posibilidad, si efectivamente existió, se perdió cuando la testigo murió unos años después.

No obstante, les abrió el camino para seguir una nueva pista y así fue como la familia de Miguel, por sus propios medios, llegó a la localidad puntana de Villa Mercedes y se topó con una cantera y un colectivo, ambos en estado de abandono, cuyo único «custodio» era un anciano.

El tráfico de órganos


Raúl participó de los procedimientos que se llevaron a cabo en ese lugar y destacó algunos elementos que fueron los que más le llamaron la atención. «Había guardapolvos, como los que usan los médicos, y también muchas cajas de plástico», describió. «Yo le pregunté a ese hombre que estaba ahí para qué eran todos esos recipientes y me dijo que ahí era donde llevaban los órganos», afirmó Bejarano.

La respuesta parece salida de la peor pesadilla, pero el hombre habla sobre ello sin inflexiones en su voz, como si los años lo hubieran blindado de una dolorosa resignación. «Hace unos años se perdió un chiquito y lo encontraron, en una bolsa y sin órganos, flotando en la laguna», denunció el papá de Miguel.

En relación a lo que pudo haberle ocurrido a su propio hijo, Raúl sostiene que ese lugar «lo tuvieron secuestrado y lo llevaron después a otra parte en una canoa». No tiene pruebas, tampoco respuestas para todas las preguntas que se fueron acumulando a lo largo de los 26 años que lleva desaparecido Miguel, pero está convencido de que a su hijo no lo mataron.

En 2014, recibió datos concretos de que su hijo estaba vivo y lo habían visto en Paraguay. También hubo testigos que lo ubicaron en distintos momentos en la zona de Adrogué e, incluso, en Corrientes otra vez. Pero su familia nunca más lo volvió a ver.

«Solo me queda creer en la Justicia Divina»


Sobre el final del diálogo con TN, Raúl cuenta que tiene otros 10 hijos además de Miguel Ángel, varios de ellos casados, y sigue viviendo en la misma casa en la ciudad de Esquina. De las seis personas que estuvieron detenidas por la desaparición de su hijo, cinco abandonaron la provincia tras su liberación. «Solo uno de ellos se quedó acá, vive a una cuadra de mi casa», afirmó.

A pesar de todo, sostiene, la familia Bejarano no busca venganza. «Solo me queda creer en la Justicia Divina, dejo todo en manos de Dios», subrayó Raúl en diálogo con TN, y enfatizó: «Es descarado lo que pasa en Corrientes y la política está metida…tapan todo, hacen desastres. Por eso la gente tiene miedo».

En sintonía con Raúl Bejarano se expresó en su momento la monja Martha Pelloni, reconocida por su compromiso y su lucha en el caso de María Soledad Morales en Catamarca, quien también se involucró y encabezó varias marchas para pedir por la aparición de Miguel.

«Este caso es tan político como el de María Soledad, porque aquí hay un encubrimiento que no permite que lleguemos a la verdad», manifestó la religiosa.