En su afán por armar un súper equipo antes del retiro, Diego dejó las diferencias de lado y se ilusionó con su llegada al Xeneize. Chila también metió presión, pero el pase se terminó cayendo.
«Quiero que venga el paraguayo. No quiero que cambie lo que opina de mí. Que tenga en claro que viene a darle una mano a Boca. No lo quiero para que sea mi amigo». Aquel pedido, lanzado por el mismísimo Diego Armando Maradona a mediados de 1997, hizo temblar los cimientos del fútbol argentino. El paraguayo en cuestión era José Luis Félix Chilavert, arquero figura de Vélez, uno de sus acérrimos rivales dentro y fuera de la cancha.
A pocos meses de cumplir los 37, el retiro le pisaba los tobillos ya deteriorados a Diego. Se preparaba por entonces con velocista canadiense Ben Johnson para su quinta y última vuelta al fútbol, después de estar un año inactivo para recuperarse de su adicción a las drogas. Quería despedirse a lo grande en el club de sus amores, con una vuelta olímpica, esa que se venía negando en La Ribera desde 1992.
Para eso necesitaba rodearse de figuras y armar un súper Boca. Como pocas veces en su vida, se tragó el orgullo y dejó las diferencias de lado: “Si queremos un gran equipo debemos traer al Mono Navarro Montoya. Si él no viene porque está jugando en España, hay que conseguir a Chilavert. Él puede ser el arquero de Boca, más allá de que tengamos cosas que hablar. Por Chilavert hay que romper el chanchito”.
La idea de verlos juntos con la misma camiseta era tan atractiva como improbable. El guardián nacido en Luque había sido tasado por el Fortín en cinco millones de dólares. “Un disparate”, recordó años atrás Mauricio Macri, presidente xeneize en aquel momento. De todos modos, ante la insistencia del resto de los dirigentes, se reunió en varias ocasiones con su par Raúl Gámez para intentar destrabar el pase.
Fueron semanas de tire y afloje entre clubes. Hasta el propio Chila metió presión para ponerse el buzo bostero y prometió que su llegada estelar traería un título. “Conmigo y Diego, Boca es campeón”, reveló en El Gráfico. Su frase, potente y cargada de entusiasmo, fue tapa.
No fue la única que pronunció. “Muero por jugar en Boca”, se leía ya dentro de la revista, en letras grandes y amarillas. Talentoso, ególatra y chispeante, entre tantos otros adjetivos que lo pintaban de cuerpo entero, Chilavert sabía que limando algunas asperezas con Maradona estaba cada vez más cerca de Brandsen 805.
Por eso le endulzó el oído, tal como se lo habían hecho a él días atrás: “(Diego) se convirtió en un grande de verdad, que quiere lo mejor para Boca y se está poniendo mejor que diez puntos. Sentándonos a hablar podríamos entendernos. Somos personas adultas”.
Cerca de cuatro millones de dólares ofreció Boca por él, y hasta deslizó la posibilidad de incluir en el pase a un juvenil, como Pablo Islas, César La Paglia o Juan Román Riquelme. Vélez, que había adoptado la postura de no vender jugadores en el mercado local, se mostró inflexible y la negociación se terminó desmoronando.
Las chances de ajustarse los guantes en uno de los arcos de La Bombonera ya eran mínimas, pero Chilavert terminó aceptándole un café al máximo dirigente xeneize. “Me junté con él y me ofreció un contrato menor. La charla duró apenas 20 minutos”, dijo en Radio Rivadavia.
Con ese dinero, según contó Macri, el club incorporó a los colombianos Óscar Córdoba y Jorge Bermúdez y tiempo después a Mauricio Chicho Serna. «Fue el mejor negocio», aseguró. Y remató: «Cuando Vélez rechazó la oferta sentí una alegría inmensa e inocultable. Estaba sonriente ante el ‘no’. Entonces, me preguntaron de qué me reía y yo le dije que me sacaba un peso de encima al no aceptarla. Antes de irme, Gámez me dijo que sin Chilavert Boca no iba a ganar nada. Un visionario”.
Boca, con Maradona en cancha, volvió a cruzarse al arquero de Vélez en el Apertura 1997. Aquella noche en Liniers, le sacó el tiro libre de su vida a Diego. Una atajada en cámara lenta, con la yema de los dedos, que provocó la felicitación del N°10 al paraguayo.
Ya había sido una pesadilla en la campaña anterior. Por el Clausura 1996, le marcó un doblete (uno de tiro libre y otro de penal) en el recordado triunfo 5-1 que tuvo de todo: expulsiones, fallos polémicos del árbitro Javier Castrilli y la recordada frase “no te va a contestar, Armando” de Fernando Navarro Montoya a Maradona.