Riquelme, de salvador a señalado: la gestión que hundió a Boca en su laberinto más oscuro

Por Noticias Data

Juan Román Riquelme desembarcó en la política de Boca con el aura de un salvador. “Vamos a ganar las elecciones más fáciles de la historia”, prometía en 2023, con una mezcla de seguridad y carisma que convencía incluso a los escépticos. En su rol de vicepresidente, primero junto a Jorge Amor Ameal, y luego ya como máximo dirigente del club, el ídolo llegó con un discurso de refundación, de volver a poner al club «en el lugar que se merece». Pero en 2025, esa épica inicial mutó en un relato deshilachado, repleto de contradicciones, improvisación y decepciones.

Lo que parecía un cuento glorioso de regreso terminó en un sombrío laberinto institucional. Boca no solo está sin títulos, sin técnico y sin participación internacional: está sin rumbo. Y lo más preocupante para el “Riquelmismo” es que también está sin respaldo. La Bombonera ya no lo idolatra: lo insulta.

De las promesas al derrumbe

Los números no mienten, pero el clima tampoco. El hincha, acostumbrado a las luces de la Copa Libertadores, se encuentra hoy con un club afuera de todo. Desde que Riquelme asumió el liderazgo futbolístico del club, Boca ganó seis títulos locales, pero no logró ni siquiera acercarse a su anhelo más profundo: conquistar América.

Quedó eliminado en semifinales, cayó dos veces por penales en octavos y en 2024 quedó afuera de la Sudamericana. En 2025, ni siquiera logró ingresar a la fase de grupos de la Libertadores. El “sueño de América” que él mismo instaló como bandera, hoy es apenas una frase vacía.

Peor aún, se rompió algo más profundo: la conexión con su gente. Aquel romance que parecía eterno empezó a resquebrajarse con cada promesa incumplida, cada derrota inexplicable y cada muestra de soberbia desde la conducción.

Contradicciones al mando

Román supo criticar con dureza a las gestiones anteriores. «Si estás en Boca cuatro años, un torneo local vas a ganar. Ahora los buenos ganan la Copa», dijo alguna vez, exigiendo un cambio de rumbo. Pero su propio mandato cayó en las prácticas que juró desterrar.

Prometió respetar a los técnicos, pero desde 2020 desfilaron seis entrenadores: Russo, Battaglia, Ibarra, Almirón, Martínez y Gago. Solo el primero se fue con algo de dignidad. Los demás, incluso ídolos del club, se marcharon sin respaldo y muchas veces en medio de tensiones internas.

Un club sin plan, lleno de nombres sin impacto

La política de refuerzos también quedó en evidencia. Con un Consejo de Fútbol armado a su imagen, Boca incorporó nombres rutilantes pero con escaso impacto: Cavani, limitado físicamente; Rojo, más en la enfermería que en la cancha; Herrera, sin nivel para el club. En paralelo, se desatendieron necesidades clave del plantel, priorizando afectos por encima del rendimiento.

Riquelme, que antes alzaba la voz contra los caprichos dirigenciales, hoy parece actuar con el mismo patrón: centralismo absoluto, escasa autocrítica y un entorno que no le marca límites. La foto actual es brutal: Boca fuera de todo, insultado en su estadio, con escándalos internos y sin señales de cambio.

¿Fin de ciclo?

La historia, como siempre, la escriben los resultados. Y los de Riquelme ya no sostienen el relato. Aquella crítica feroz que hacía del 2015 como el peor año de Boca hoy parece un recuerdo menor frente a este presente institucional.

El club está a la deriva. Y lo más doloroso para los hinchas no es solo la falta de títulos: es ver cómo su ídolo se aleja de su gente, encerrado en una gestión que lo transformó en lo que tanto cuestionó.

Si no cambia el rumbo, si no entiende que Boca está por encima de cualquier apellido —incluso el suyo—, las próximas elecciones no serán “las más fáciles de la historia”, como vaticinó. Serán el cierre de un ciclo marcado por la desilusión. A menos, claro, que aparezca el famoso «ayudín».

Pero hay una certeza que sobrevive a todo: la paciencia se terminó. Y el verdadero Boca siempre renace, aún después de sus peores años. Esta vez, sin romanticismos.