Editorial Noticias Data
En un país donde los medios cambian a un ritmo vertiginoso, donde los formatos se reinventan y las audiencias se dispersan, sostener un programa durante más de medio siglo no es simplemente una hazaña: es una declaración de principios. “Sapucai – El grito del monte y del río” celebra 52 años en el aire, y con ello, confirma que la cultura también sabe resistir, emocionar y perdurar.
El programa, creado por don Emilio Miguel Lagranja, supo desde sus inicios enraizarse en el corazón del pueblo chaqueño. Su visión fue clara: darle voz al monte, al río, a la guitarra, al canto, al hombre y la mujer de tierra adentro. Sapucai no fue solo un espacio televisivo; fue —y sigue siendo— un puente entre generaciones, una forma de reafirmar la identidad, de narrar desde lo nuestro y con nuestras propias palabras.
Hoy, bajo la conducción de Marcelo Lagranja, su hijo, el grito sigue vivo. No como eco de lo que fue, sino como herencia activa y renovada, sin perder el perfume del monte ni el susurro de los arroyos. Marcelo no solo tomó la posta, sino que supo honrarla con respeto, autenticidad y pasión, manteniendo intacto el espíritu que su padre imprimió, pero sin temerle a los nuevos tiempos.
En cada emisión, Sapucai continúa defendiendo el arte popular, difundiendo música, poesía, historias, artesanos, costumbres y saberes que no siempre tienen lugar en los grandes medios. Porque la cultura no es solo lo que se exporta, sino también lo que se cuida, lo que se siente y lo que se transmite.
52 años en el aire no son solo un número. Son miles de historias, de artistas que encontraron allí su primera cámara, de familias que se sentaron a escuchar su propia historia contada con respeto, de paisajes que se volvieron poesía, de voces que aprendieron a gritar su verdad sin vergüenza.
En tiempos donde lo urgente intenta tapar lo importante, Sapucai nos recuerda que la raíz es también horizonte. Que una guitarra puede decir más que un trending topic. Y que el legado de un padre puede ser también la bandera de un hijo.
¡Salud, Sapucai! Que el grito siga viajando con la fuerza del río y la profundidad del monte. Porque mientras siga sonando, nuestra cultura seguirá viva.