La escena de crimen fue un local de venta de alfombras que tenía la familia del asesino. Ahí lo mató y escondió el cuerpo casi una semana, mientras seguía atendiendo al público. La Justicia lo condenó a 15 años de prisión y 18 días después lo encontraron ahorcado en su celda.
El consumo problemático de drogas y una improvisada convivencia entre dos amigos fueron el combo explosivo que desencadenó hace 12 años el crimen de Walter Farías, uno de los casos más espeluznantes que se recuerde en la ciudad de Mar del Plata.
Juan Ignacio Novoa fue el otro protagonista de la historia y, según declaró un testigo durante el juicio, “había matado al ‘Dibu’ (Farías) porque lo tenía cansado”. Lo asesinó a balazos, pero lo más escalofriante fue lo que ocurrió después del crimen: escondió el cuerpo casi una semana en el negocio familiar, buscó en Google cómo deshacerse de él y se decidió finalmente por comprar una motosierra para descuartizarlo.
Los restos de Farías, apenas el cráneo parcialmente quemado y cuatro dedos de una mano, los encontró un cartonero en el bosque Peralta Ramos el 21 de enero de 2012, justo el día que la víctima hubiese cumplido 27 años. Antes, otro vecino del lugar los había prendido fuego creyendo que se trataba de un perro muerto. “La escena era un espectáculo dantesco”, recordó ahora el fiscal Juan Pablo Lódola, en diálogo con TN.
Novoa fue juzgado por el crimen de su amigo y condenado a 15 años de prisión, pero dieciocho días después logró evadir esa sentencia con su propia muerte. Lo encontraron ahorcado en su celda.
“Una relación bastante particular”
Novoa, de 31 años en ese momento, era un joven de clase media alta, hijo de comerciantes y adicto a las drogas. En ese ambiente fue que conoció a Walter Farías, quien le vendía cocaína y con el tiempo se convirtió en su amigo.
“Ellos tenían una relación bastante particular y el eje de esa relación eran las drogas”, relató el investigador, y agregó: “Novoa decía que esta persona (Farías) se aprovechaba de su adicción y que lo tenía reducido por poco a la servidumbre”.
Al parecer, esa situación escaló y cruzó todos los límites la madrugada del 13 de enero de 2012 en el negocio de venta de alfombras y pisos flotantes que la familia de Novoa tenía sobre la calle Alvarado y Santiago del Estero. Esa fue la última vez que se tuvo noticias de Farías, y al no poder contactarse con él a partir de entonces su entorno denunció la desaparición.
Ante este escenario, se abrió una causa por averiguación de paradero. Pero aunque la verdad se asomó ya con las primeras testimoniales, todo era tan horroroso que costaba creerlo. “Cuando empezó a circular la versión de un descuartizamiento pensé que era todo una fábula, o si era cierto era para hacer una película”, reconoció Lódola.
“Los amigos de Novoa se empezaron a quebrar, el dato era que lo había descuartizado en la casa de alfombras”, contó el fiscal. Fue en medio de una discusión que Novoa asesinó a Farías de tres disparos en la cara y uno en el abdomen. Si bien no hubo testigos directos, después de cometer el crimen fue el propio Juan Ignacio quien llamó a otro de sus amigos y le confesó lo que había hecho.
El testigo, cuya declaración más tarde sería clave en el juicio, en ese momento no le creyó. Pensó que se trataba de una broma y Novoa, sin saber qué hacer con el cuerpo que tenía en el interior del local de su familia, cometió una serie de “errores” que terminarían de sellar su suerte.
Hasta encontrar una solución, Novoa escondió el cuerpo en el baño del negocio durante casi una semana. “Mientras tanto seguía abriendo el local como si nada, eso era parte de su patología”, destacó a este medio el fiscal Lódola.
Para completar el cuadro, Novoa rociaba con perfume el ambiente y así los clientes entraban y salían sin siquiera sospechar que ahí mismo, tan cerca de ellos, se ocultaba el cuerpo de la víctima de un homicidio.
“Era un festival de sangre”
El asesino también dejó sus huellas en la computadora del local de alfombras. “Buscó cómo hacer desaparecer un cuerpo y qué hacer con el olor a carne podrida”, detalló el investigador. Al parecer, lo que encontró lo convenció de que la mejor opción era reducir la evidencia y fue entonces hasta una ferretería vecina a comprar una motosierra marca Stihl. “En otro negocio que había en la esquina compró ácidos y líquidos (para limpiar la sangre)”, sumó.
Novoa desmembró el cuerpo de Farías, intentó sin éxito conseguir la ayuda de un amigo y finalmente repartió los restos de la víctima en una bolsa y en latas de pintura. Por último, contrató los servicios de un flete para descartar todo en el bosque Peralta Ramos. Después, el testimonio de ese fletero sería otra pieza determinante para la condena del homicida.
Mientras tanto, seguía la búsqueda de Walter Farías, pero la investigación ya se inclinaba hacia la peor hipótesis. “Hicimos un allanamiento en el negocio de los Novoa, descubrimos un cuartito en el fondo y aplicamos Luminol”, apuntó Lódola, y subrayó: “Lo habían pintado para tapar las manchas, pero era un festival de sangre”.
La condena
Tras el hallazgo de los restos ocho días después de la desaparición de Farías, los forenses lograron identificar a la víctima por sus piezas dentarias y por las huellas dactilares que se pudieron obtener de una mano que no había sido alcanzada por el fuego porque estaba dentro de una lata de pintura. El caso ya estaba prácticamente cerrado.
Los testimonios del amigo al que había llamado después de cometer el crimen, los comerciantes que le vendieron la motosierra y los líquidos para limpiar la sangre y el fletero que trasladó los restos sin saberlo, pero percibió un olor nauseabundo que le llamó la atención, sumado a la búsqueda en internet y la prueba positiva de Luminol en el negocio de alfombras cerraron el círculo de sospechas alrededor Novoa, que fue detenido y en esa misma condición llegó al juicio en noviembre de 2014.
El Tribunal Oral en lo Criminal n° 1 decidió condenar a Novoa a 15 años de prisión por el delito de homicidio agravado y a su amigo, Adrián Galluzo, a la pena de 2 años por encubrimiento agravado, ya que sabía que Novoa había enviado en un flete los restos de la víctima. En ambos casos, los jueces tuvieron en cuenta la fuerte adicción a las drogas, sobre todo crack y cocaína, de los imputados.
“Perturbado”
Novoa se negó a declarar hasta el final del juicio. Entonces fue cuando hizo uso de sus últimas palabras antes de escuchar la sentencia y confesó su responsabilidad en el crimen de Farías.
Durante el tiempo que estuvo en prisión una sola vez habló con la prensa. “Los medios quieren saber cómo lo corté, cómo sangró, ellos quieren el morbo. Porque lo que vende es el morbo. Pero haciendo eso yo le falto el respeto a la familia, y yo lo último que quiero es hacer eso”, le dijo Novoa a Revista Ajo.
Cuando el periodista le preguntó si se arrepentía de algo, no titubeó. “De no haber llamado a la policía ni bien lo maté. De eso solo me arrepiento. De haber llegado a hacer lo que hice después. Que fue morboso, fue una mierda. Eso sí, me perturba. Haber sido yo la persona que hizo eso, la persona que salió en todos los diarios como el descuartizador. Eso sí”, expresó.
Fuente: TN