El adolescente contó lo complejo que fue crecer sin sus abuelos y lo que le gustaría que pase con su generación en estas fechas de reflexión.
Santiago Amarilla tiene 17 años, es nieto de desaparecidos chaqueños y, a 47 años del Golpe Militar, asegura: “Me molesta la ignorancia que hay sobre el 24 de marzo”. En diálogo contó lo complejo que fue crecer sin sus abuelos y lo que le gustaría que pase con su generación en estas fechas de reflexión.
La historia de Santiago Amarilla Molfino -o Thiago para sus seres queridos- es una cargada de luchas. No empezó el 14 de agosto de 2005, día en que su mamá lo trajo al mundo, sino mucho tiempo atrás. Una historia que le permite arrancar su presentación así: “Hola, tengo 17 años, nací el 14 de agosto de 2005 y soy nieto de desaparecidos”.
Los apellidos Amarilla y Molfino son unos de los más conocidos en la historia de la lucha por la memoria, verdad y justicia de la provincia del Chaco, por varias razones. Primero, porque los abuelos de Thiago, Marcela Esther Molfino y Guillermo Amarilla, fueron llevados por efectivos policiales y del Ejército en 1979 y hasta hoy continúan desaparecidos.
Sin embargo, la historia no terminó ahí gracias a que su familia aún no descansa por encontrarlos y, sobre todo, para que nadie olvide lo sucedido. Mauricio Amarilla Molfino, el hijo más grande de este matrimonio, es el papá de Thiago y hoy preside la Comisión Provincial por la Memoria del Chaco. Además, su tío es nada más y nada menos que el nieto número 98 recuperado por las Abuelas de Plaza de Mayo. Por eso, el joven de 17 años aseguró: “Estoy muy orgulloso del apellido que tengo y de mi historia”.
Crecer en la familia Amarilla Molfino
Marcela nació el 15 de noviembre de 1952 en la ciudad de Buenos Aires. Sus padres, José Adán Molfino y Noemí Esther Gianetti, se radicaron en Resistencia cuando ella era muy pequeña. A fines de la década del ’60 ingresó a la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) y, a principios de los ’70, ya era una activa militante estudiantil proveniente del peronismo de base, comprometida con el trabajo barrial en Villa Saavedra y Mariano Moreno. En 1972, se incorporó a la Juventud Peronista, donde conoció a Guillermo y desde allí sus historias se unieron.
Guillermo nació en Resistencia el 25 de enero de 1950. Sus padres, Donato Crescencio Amarilla y Ramona Cabrera, tuvieron once hijos. Guillermo fue el décimo. Vivió en la capital chaqueña y, en 1967, ingresó a la Facultad de Ciencias Económicas de la UNNE. Le faltaban cinco materias para recibirse de contador público.
De ese amor que se concretó con un casamiento en el ’73, nació Mauricio (papá de Santiago) y para el ’75 se sumaron a Montoneros. Vivieron en diferentes puntos del país y también en Francia y México, en el exilio. Para esos años, ya habían tenido tres hijos.
Pero el cuarto llegaría en el ’79 cuando un grupo armado irrumpió en el domicilio de la familia en Buenos Aires y se llevó a Marcela con sus niños. Horas después secuestraron a Guillermo en la vía pública y nunca más los volvieron a ver. Al tío de Thiago, las Abuelas de Plaza de Mayo lo identificaron años después gracias a la ciencia, ya que no se sabía que Marcela había estado embarazada.
“Que mis abuelos sean desaparecidos me trajo muchas consecuencias. Tuve que aprender a vivir sin mis abuelos, sin un amor de abuelos”, indicó Thiago. Al joven lo que más le dolió es no conocer el amor que dos abuelos podrían significarle en sus vidas. Por eso también ama tanto a la suya, la mamá de su mamá.
“Sinceramente tuve muchas experiencias muy tristes. No pude conocer lo que es ir a comer con mis abuelos o decir hoy mi abuelo me regaló esto, hoy mi abuelo me abrazó. Hoy me dijo te amo”, aseguró.
Por eso, al adolescente le tocó conocerlos a través de la historia de los demás. Lo que le contaron sus seres queridos, pero también lo que Google arroja cuando se escribe: Marcela Esther Molfino y Guillermo Amarilla.
“Lo que me contaron es que eran un dúo dinámico. Se desesperaban por ver el 5% de pobreza de la Argentina. Ellos querían sacar adelante el país, querían militar porque amaban el país. Amaban a nuestra República”, aseguró.
Vivir el 24 de marzo con 17 años
“Sinceramente en estas fechas me siento orgulloso de mis abuelos. De mi apellido. Me considero Santiago Amarilla Molfino porque no lo conocí a mi abuelo, pero no conociéndolo me enseñó que hay que amar y sacar el pecho”, sostuvo el joven con claridad, pero al que, en el fondo, se le escapa un sonido de emoción y dolor en la voz. “Doy las gracias a Dios y a mis abuelos por la vara tan alta que me dejaron”, mencionó.
A Thiago le preocupa que la juventud de hoy no tome dimensión de lo que pasó el 24 de marzo. “Hay chicos de mi edad que sinceramente en estos actos del 24 de marzo les da igual o hasta celebran el feriado”, indicó.
Mientras, él vive esta fecha como una jornada de reflexión. “Esto para mí no es un feriado. Es algo muy importante. Es como mi cumpleaños. Es como la segunda fecha más importante de mi vida y por ahí me molesta mucho la ignorancia de algunos jóvenes que hablan al pedo porque celebran a los militares y dicen ‘ojalá vuelvan’. Lo que pasa es que no se dan una idea lo que sufrió la Argentina socialmente y económicamente”, expresó.
“Fue catastrófico y sinceramente le pido a Dios que nunca más pase esto y que no vuelvan los milicos a tomar el Estado argentino”, pide con fuerza.
El futuro llegó hace rato
Ya lo dijo el cantante de rock Patricio Solari: “El futuro llegó hace rato”. Por eso, a Thiago le gustaría que su generación disfrute de sus abuelos, pero también que se comprometan sobre estas fechas.
Ante la pregunta de si seguiría con el legado de lucha de su familia, Thiago responde con seguridad: “En mi lugar, si tengo que salir a defender mi apellido o alguno de los apellidos de los desaparecidos, pero más que nada si tengo que salir a defender a la república Argentina militando, lo voy a hacer”. “Estoy dispuesto a todo porque no conocí a mi abuelo pero no conociéndolo, no viéndolo, me enseñó que hay que amar al país porque es nuestra casa y es nuestra identidad. Es lo que somos”, resaltó.
Porque, a fin de cuentas, Santiago conoce su identidad y expresa sin titubear lo que piensa gracias a la lucha de su familia. Pero, además, porque es quien quiere ser sin restricciones. Porque le gusta viajar con su familia y jugar al fútbol en su amado club Sarmiento, donde pasa horas y horas entrenando y nadie lo detiene.
“Hay gente que muere por nacer en Argentina y hay gente que nació en este hermoso país y se quiere ir”, explica. “A mí me encanta ser argentino y decir que soy de acá. Me encanta decir que tengo tres copas del mundo”, dice entre risas.
Con 17 años, donde pocas cosas se podrían tener claras, él está seguro de sus convicciones. “Me encanta Argentina porque lo único y más importante que me enseñó mi abuelo es que podés amar a cualquier persona pero a la Argentina tenés que amarla si o si”, cierra emocionado. Por eso, con seguridad, la historia de los apellidos Amarilla Molfino y el compromiso por los derechos humanos estará vivo en la memoria.