Violencia de género: claves para acompañar a una víctima

Agustina Díaz, del área de capacitaciones de Fundación Micaela García «La Negra”, brinda recomendaciones para asistir y fortalecer a las mujeres y LGBTIQ+ que viven esta situación, en búsqueda de una salida. El rol central de la escucha activa y la “evaluación de riesgo”.

Para quienes atraviesan una situación de violencia de género, pedir ayuda no es fácil. A pesar de que se ampliaron los canales de denuncia y cada vez hay más información, para muchas mujeres y disidencias sigue siendo muy difícil reconocer y contar lo que viven a diario con sus agresores. Por eso, el acompañamiento y la mirada atenta del círculo cercano pasa a ser primordial. Incluso, puede salvarles la vida.

Hay que tener en cuenta que cuando hablamos de violencia –ya sea que se ejerza de manera física, psicológica, simbólica, sexual, económica o patrimonial– intervienen múltiples factores que pueden impulsar o inhibir a una víctima a buscar ayuda: las limitaciones materiales y económicas, los mandatos del deber, la obediencia y las obligaciones en relación al matrimonio y los hijos; la culpa, la vergüenza o el miedo; las presiones familiares, los contextos sociales y la falta de información, entre otros aspectos. Todos se interrelacionan entre sí y actúan sobre la subjetividad de las mujeres para fortalecerlas o debilitarlas en su decisión de iniciar y continuar una ruta para la búsqueda de una salida.

Entonces, ¿cómo podemos ayudar?, ¿qué podemos hacer si se nos acerca una amiga, un familiar o una persona que está vivenciando una situación de violencia por razones de género o sospechamos que es víctima?

El primer objetivo debe ser acompañarla en el proceso para que pueda reconocer la situación que vive y atravesarla hasta que logre salir de ella y dejarla atrás. En este sentido, es importante entender que todos los casos son distintos y que dependen de cada persona, su red de contención, las herramientas que posea, su situación actual y otros factores relacionados con el agresor y el tipo de violencia.

Las recomendaciones no son “recetas” o “soluciones mágicas”, son pautas generales para que ante una situación de estas características se pueda dar una respuesta inicial y saber cómo actuar. Por eso, cuando se detecta un caso de estas características, siempre es necesario articular con organizaciones, profesionales, organismos del Estado. Es decir, armar redes, porque no podemos asumir el acompañamiento individualmente, en soledad.

En una primera instancia –siempre y cuando no se trate de una urgencia– hay que tener en cuenta dos herramientas importantes: la escucha activa y lo que se conoce como “evaluación de riesgo”, que permitirán derivar la situación a personas capacitadas para ofrecer una respuesta institucional.

¿Qué significa la escucha activa? Escuchar es la primera y más importante acción que realizaremos para que la persona se sienta comprendida y pueda tener un espacio que le dé seguridad y confianza. Consiste en dejar que nos relate lo que desea compartirnos, sin interrumpir, sin preguntar o repreguntar, sin hacer juicios de valor o comentarios sobre cómo actuaríamos en la misma situación. 

Es fundamental aceptar su relato, no ponerlo en duda durante ninguna instancia; así como respetar sus tiempos y decisiones, y asegurar confidencialidad y privacidad.

También es muy importante evitar dar indicaciones de manera imperativa, del tipo “¡Tenés que hacer la denuncia!”, “¡Llamá a un profesional!”, y no emitir juicios de valor sobre las creencias, sentimientos o la manera en que esa personas que nos pide ayuda viene resolviendo las cosas. Escuchar activamente no nos obliga a pensar igual, sino a comprender sin juzgar, despojándonos de recetas solucionadoras y asegurándole a quien nos cuenta su vivencia que puede contar con nosotros. Además, es necesaria una mirada empática que, desde su realidad, nos permita comprender sus emociones, teniendo la capacidad de asimilar que pueden ser distintas a las nuestras. Por ejemplo, es muy probable que no se entienda por qué dice amar a una persona que la golpea o humilla.

Evaluación de riesgos

No hay que perder de vista que en los casos de violencia doméstica la potencialidad del riesgo está siempre presente. Muchas veces las personas en situación de víctima se encuentran inmersas en un círculo de violencia que puede escalar en magnitud y terminar en resultados trágicos: la mayoría de los femicidios son en manos de parejas y exparejas y ocurren cuando se decide terminar la relación con el agresor. En este sentido, hay algunas pautas que deben tenerse en cuenta. Respecto del agresor, saber si tiene antecedentes penales, si consume estupefacientes o alcohol, si tiene armas de fuego o pertenece a las fuerzas de seguridad, si amenazó a la víctima de muerte o de lesionarla gravemente, si amenaza con lastimar a las hijas o hijos, entre otros aspectos. Si creemos que existe un riesgo, prevenir y actuar a tiempo es fundamental. 

También es relevante saber si los episodios violentos se suceden de manera sostenida en el tiempo y están sistematizados, si hay una historicidad de la violencia, si ha habido denuncias previas y medidas de protección otorgadas con anterioridad, si se pueden identificar claramente las características del último incidente. Cuantos más indicadores de riesgo se desprenden del relato, más datos se tendrán para realizar una consulta en caso de que la víctima todavía no esté preparada para hacerlo. Por ejemplo, a la línea 144, que es de información y orientación profesional.

A la vez que es esencial la intervención profesional de personas capacitadas para ofrecer una respuesta institucional y que puedan evaluar el verdadero riesgo, también existen consejos vinculados al autocuidado:

• No estar solas.

• Cambiar sus rutinas.

• No hacer citas con el victimario. No dejar entrar al agresor a la casa a hablar, no subirse a un auto con él, etcétera.

• Tener siempre a mano un teléfono para llamar por una emergencia al 911.

• Tener un lugar en la casa donde puedan encerrarse en caso de riesgo. Por ejemplo, un baño con llave y donde tengan un teléfono a mano.

• En situaciones de riesgo, gritar y solicitar ayuda. Hablar con familiares y vecinos para que llamen al 911 si escuchan cualquier situación extraña.

• Guardar fuera del alcance del victimario documentación como el DNI propio y de hijas e hijos, títulos de propiedad de vivienda o auto, así como medicación de uso frecuente.

Por último, hay que considerar que quienes transitan situaciones de violencia muchas veces tienen afectada su autoestima y por eso necesitan el espacio para que empiecen a tomar sus propias decisiones. Sin de dejar de acompañarlas, hay que tratar que sean ellas mismas quienes decidan cada paso hasta llegar a la denuncia. Y siempre reforzando la idea de que ellas no son culpables, sino víctimas, y que salir de la violencia es posible.