Dante Clavijo (60) preside el club 7 de Septiembre, al que concurría el chico de 13 años asesinado a balazos en Rosario.
«Esperá, esperá un cacho, ¿escuchás, escuchás los tiros?». Se corta la comunicación. Minutos más tarde. «Sí, sí, hubo un tiroteo y me fui a fijar que mis nietos estén adentro de la casa». Dante Clavijo es rosarino, tiene 60 años y vive en Emaús, el barrio donde el lunes por la noche fue asesinado de un balazo en el pecho Lucas Vega, el chico de 13 años, futbolista de inferiores que jugó en Central y soñaba con ser profesional.
Abatido por lo sucedido con su «pollo», el cazatalentos Clavijo admite que no pudo ir al entierro de «Luquitas». Dice estar «destruido». Y desliza al pasar un dato escalofriante: «Ya me mataron a cinco pibes del club en los últimos dos años, esa puta maldita droga».
«Víctimas inocentes como Lucas o soldaditos que dejaban el club para vender droga o vaya a saber qué cosa. Está muy jodido el barrio, Rosario misma, y eso se nota en los pibes que vienen al club y muy pocos tienen el compromiso y la conducta, por eso se van y hacen cualquiera. Lucas la tenía, pintaba para cosa seria».
El balbuceo inicial en la charla se torna más fluido cuando recuerda al chico que lo deslumbraba en la cancha. «Yo lo descubrí y lo llevé a 7 de Septiembre… Tenía seis años y jugó un par de años en mi club hasta que, por sus grandes condiciones, lo mostré en Central y allí lo ficharon de una».
Presidente del club Polideportivo Municipal 7 de Septiembre, ubicado en Emaús, Jorge Dante Clavijo es futbolero de toda la vida. Jugó en Renato Cesarini de Rosario y después siguió ligado a la actividad buscando pequeños talentos.
«Tengo buen ojo y trabajé llevando juveniles para Central, Newell’s y también para Jorge Griffa, un referente a la hora de formar futbolistas. Y a Luquitas lo vi en mi club, me pareció un pibito muy interesante y con los años se convirtió en cosa seria», dice.
Pasó el tiempo y Clavijo le perdió el rastro a Lucas Vega, a quien imaginaba en las inferiores de Central. Pero la pandemia por un lado y cuestiones familiares por otro, configuraron otra realidad y el presidente del club se cruzó con el muchachito a principios de año.
«¿¡Lucas!? ¿Qué hacés acá?».
«Vine a entrenar, no estoy yendo a Central, no tengo cómo ir ni quién me lleve, entonces vengo al club del barrio, donde me crié», le respondió el chico.
Maritza Caballero Casana (49) y Carlos Vega Vergara (42), los padres de Lucas, ambos de Trujillo (Perú), se separaron recientemente y eso complicó la logística familiar.
«Al papá me lo encontré hace un tiempo y me dijo que por cuestiones laborales ya no lo podía llevar a Granadero Baigorria, donde está la ciudad deportiva de Rosario Central. Y Luquitas no podía ir solo, ya que son como dos horas en colectivo. Pero me gustó que empezara a venir solo al Siete (como llama a 7 de Septiembre), que tuviera constancia, disciplina… Yo quería volver a ficharlo, porque todavía pertenecía a Central, pero estaba cerrado el libro de pases», describe Clavijo.
Se entusiasma Clavijo cuando describe las aptitudes de su descubrimiento: «Era fuerte, macizo y a la vez tenía gran habilidad. Su fuerte era la gambeta… Cuando tiraba la pelota para adelante, no había manera de agarrarlo y también desbordaba de lo lindo».
«Era un tesoro que había que cuidar y acompañar, no podía quedar abandonado, algo que es común y sucede con infinidad de pibes. Por eso yo quería que le estuvieran cerca, quería que tuviera un club y a este paso llegar a Primera no era una utopía, para nada…», acota.
Clavijo no le hacía el seguimiento ni le estaba encima a Luquitas, pero sí ordenaba que «jugadores de experiencia y directores técnicos le estuvieran cerca».
«Cuesta muchísimo llegar y basta una pequeña estupidez para que todo el esfuerzo quede en la nada. Yo tengo sesenta años y en mi época era otra cosa, sólo quería jugar al fútbol y no me importaba nada más que llegar a primera… Hoy los pibes están a la deriva, abandonan los entrenamientos, o van en un estado calamitoso o, como decía antes, se meten en el mundo de la droga», se lamenta.
Con conocimiento de causa, el formador remarca lo fundamental que es «acompañar, guiar, estar detrás de los chicos que juegan al fútbol, que normalmente son bancados por los padres, que con todo el tema de la crisis económica ya no disponen del presupuesto para viajar con el chico a los entrenamientos ni con el tiempo libre, ya que siempre hay laburos, changas y los pibitos así como Lucas quedan a la buena de Dios y ya sin el deporte agarran la fácil, que es meterse en problemas».
No puede creer estar hablando en tiempo pasado. «Estuve con Luquitas el domingo, lo saludé, nos encontramos en la cancha de Alianza Sport, un club cercano, adonde él fue a ver a unos amigos. Y lo vi bien, tengo la imagen de la sonrisa saludándome…».
«Increíble, cómo imaginar que esa iba a ser la última vez que lo vería. Pero Rosario es el Far West, acá por dos pesos te cagan matando. No te das una idea lo que es esto, hoy estás, mañana es una lotería. Lo grave es que esto empeora, siempre se puede estar peor», cierra.