Dan a conocer hoy el veredicto para el represor Etchecolatz

 El Tribunal Oral Federal (TOF) N° 1 de La Plata dará a conocer hoy el veredicto para el genocida Miguel Etchecolatz y el expolicía Julio César Garachico por los secuestros y torturas sufridas por siete personas en el excentro clandestino de Arana, entre ellas el albañil Jorge Julio López y el estudiante secuestrado en el episodio conocido como La Noche de los Lápices, Francisco López Muntaner, en una audiencia donde se permitirá el ingreso de público.

Del “Pozo” de Arana no queda ni un cimiento. Nada. Solo la memoria de los sobrevivientes que pasaron por ese centro clandestino de detención que fue uno de los eslabones del llamado Circuito Camps”en La Plata. Gran parte de lo que la Justicia reconstruyó sobre lo sucedido allí se lo debe a Jorge Julio López, que narró lo que les pasó a él y a otros compañeros de una unidad básica de Los Hornos y a uno de los pibes secuestrados en lo que se conoció como la Noche de los Lápices. A más de quince años de su segunda desaparición, el testimonio de López será parte fundamental de lo que deberá analizar el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata a la hora de dictar sentencia este viernes contra los represores Miguel Osvaldo Etchecolatz y Julio Garachico.

El juicio contra Etchecolatz (93) y Garachico (81) comenzó en agosto del año pasado e involucra lo sucedido con López y con otras seis personas que estuvieron secuestradas a finales de 1976 en uno de los centros clandestinos que funcionaron en la zona de Arana, al sur de la ciudad de La Plata. Según la Cámara Federal platense, fueron cuatro los lugares dedicados a la represión dentro del mismo terreno: el destacamento policial –que tenía una dependencia directa de la Brigada de Investigaciones de La Plata–, la estancia La Armonía –donde hoy funciona el Regimiento 7 de Infantería–, el campo de Arana o Cuatrerismo –que estaba cerca del aeropuerto– y el Pozo. Cuando se llenaba el destacamento de personas secuestradas, iban habilitando otros lugares dentro del mismo predio para continuar con la maquinaria genocida, según declaró un policía ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).

En el Pozo de Arana, desde una de las celdas, Jorge Julio López vio cómo ejecutaban a Norberto Rodas, vio cómo mataban a Patricia Dell’Orto y Ambrosio De Marco. (Imagen: Télam)

Los jueces Andrés Basso, José Michilini y Alejandro Esmoris analizaron lo que sucedió con siete personas que estuvieron en el Pozo de Arana. Solo dos de ellas sobrevivieron, pero fue el empeño de López el que permitió saber qué pasó con cada uno de sus compañeros. Su testimonio –incorporado al comienzo del debate– fue la prueba fundamental. López está desaparecido desde el 18 de septiembre de 2006 después de declarar y querellar contra Etchecolatz en el primer juicio que se hacía en La Plata tras la reapertura de las causas.

“En 2006, López narraba lo sucedido en Arana y lo que pasó con los que ya no están. Acá completamos su historia: su militancia, la cárcel, el barrio antes y después de lo que sucedió, las familias de sus compañeres de militancia”, dice a Página/12 Guadalupe Godoy, abogada querellante y una de las principales impulsoras de la investigación por saber qué pasó con López.

La represión en un barrio obrero

López vivía en Los Hornos con su familia. Se ganaba la vida como albañil y, como buen peronista, se había acercado a la Unidad Básica del barrio.

La Unidad Básica Juan Pablo Maestre se instaló después de un primer núcleo que armaron Ambrosio De Marco y Jorge Pastor Asuaje después de que terminaron el Colegio Nacional de La Plata. Conocieron, entre otros, a Norberto Rodas, a Alejandro Sánchez y al propio López. Como querían que las mujeres de la zona se acercaran, les pidieron ayuda a las chicas de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Así fue cómo llegó Patricia Dell’ Orto, una joven egresada de Bellas Artes de la que rápidamente se enamoró Ambrosio.

Cuando la represión ya había empezado a golpear, la Unidad Básica se cerró, pero se siguieron reuniendo en las casas. En octubre de 1976 empezaron las caídas, que se extendieron hasta los primeros días de noviembre. A López lo fueron a secuestrar con un gran despliegue –que incluyó al propio Etchecolatz–. A Rodas se lo llevaron de su casa. A Sánchez –relató Asuaje– le advirtieron que se fuera, pero no lo hizo. Guillermo Efraín Cano acababa de entrar a la escuela de suboficiales de la policía bonaerense “Juan Vucetich” y lo secuestraron cuando estaba de guardia. Lo llevaron en un Torino celeste hasta Arana. A Patricia y a Ambrosio se los llevaron de su casa. Tenían una bebita, Mariana, de solo 25 días.

López los vio a todos en el Pozo de Arana desde una de las celdas. Vio como uno de los represores –al que describió como “gangoso”– ejecutaba a Rodas; cómo mataban a Patricia mientras ella gritaba que quería criar a su nenita y cómo terminaban con la vida de Ambrosio. También observó a un pibe que acababa de cumplir 16 años y al que habían secuestrado el 16 de septiembre de 1976. Lo llamó “el chico de los boletos”. Era Francisco López Muntaner, «Panchito», uno de los pibes secuestrados en lo que se conoce como la “Noche de los lápices”.

Antes de que la asesinaran, Patricia le pidió a López que fuera a ver a su familia y que le diera un beso a su hijita. Después de Arana, López pasó por otros centros clandestinos. En la Unidad 9, conoció a otro de los estudiantes secundarios secuestrados en septiembre de 1976, Gustavo Calotti. Él fue, como Pastor Asuaje, uno de los testigos de cómo López preservó la memoria de lo sucedido: con anotaciones, con dibujos y también con excusas para ir hasta Arana para recabar información. En el juicio, Calotti relató que López les decía a su esposa y a sus hijos que iba a pescar, pero muchas veces aprovechaba para regresar al lugar donde había visto por última vez a sus compañeros.

Como se había comprometido en Arana, López habló con la familia de Patricia, como relató Gerardo Dell’Oro. Rufino Almeida contó cómo López se acercó a la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD) y así comenzó a testimoniar ante la justicia.

El juicio
Para el auxiliar fiscal Juan Martín Nogueira, este juicio funcionó como una segunda parte de dos procesos anteriores que se llevaron adelante en La Plata: el que tuvo a Etchecolatz en el banquillo en 2006 y el que se hizo por el Circuito Camps en 2012. También, a su entender, mostró cómo Etchecolatz fue el emblema de la represión en la zona desde su rol de director general de investigaciones y cómo Arana funcionó como uno de los campos de concentración “más cruentos, destinado exclusivamente a la tortura”.

“Se pudo evidenciar cómo el plan sistemático estuvo dirigido a grupos determinados de la población. En este caso, era un grupo que realizaba actividades barriales en Los Hornos. Era gente trabajadora. También estaba Francisco López Muntaner como parte de los estudiantes secundarios”, remarca Nogueira en diálogo con Página/12.

Tanto la fiscalía como las querellas pidieron, por estos hechos, que se condene a Etchecolatz y a Garachico a prisión perpetua y que se ordene una serie de medidas de reparación: que exploren los terrenos de Arana –donde ya se encontraron restos–, que se haga un homenaje a los militantes de la Unidad Básica y que se avance con la señalización y con los espacios de memoria.

“Quince años después del primer juicio, este proceso muestra lo difícil que ha sido avanzar en las causas de lesa humanidad”, evalúa, por su parte, Godoy y enumera una lista de dificultades que incluye la fragmentación de las causas, el juzgamiento casi circular de los mismos genocidas y la falta de sentencias firmes. “Un juicio con una veintena de testigos y con la mayoría de los hechos ya probados en causas anteriores debería haber durado tres semanas pero nos llevó casi un año, con todo lo que eso implica”.

Entre otras implicancias está que Etchecolatz –que el 1 de mayo cumplió 93 años– lleva varias semanas internado en una clínica de Merlo. Se espera que el viernes dé sus últimas palabras desde su lugar de internación. Para más adelante quedará un nuevo pedido de prisión domiciliaria que presentó su defensor.